China ¿Dragón o parásito?

¿Quién se ha llevado mi empleo?

 

 

Julián Pavón

 

 

Primera edición en esta colección: mayo de 2012

Segunda edición: junio de 2012

© Julián Pavón, 2012

© de la presente edición: Plataforma Editorial, 2012
 © de la presente edición: Big Rights, S.L., 2012

Edición a cargo de Marta García Aller

Plataforma Editorial

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Diseño de cubierta:
 Agnès Capella Sala

Depósito Legal:  B.25781-2012

ISBN DIGITAL:  978-84-15577-73-7

Contenido

Portadilla

Créditos

 

1. Un cambio de era: el siglo del dragón

2. Y el gigante despertó

3. El modelo parasitario chino: del todo a cien al turista del futuro

4. Keynes habla chino

5. Ni fin de la historia ni choque de civilizaciones: cayó el telón pero se olvidaron del dragón

6. A la una, a las dos y a las tres: las fases del liderazgo chino

7. Las cartas marcadas de China

8. Del arte de la guerra al arte de los negocios

9. La ávida despensa china. Las tierras raras, Argenchina y otras crónicas de un peligro anunciado

10. El enemigo en casa: la estanflación estructural

11. El desembarco chino en Europa

12. El dragón se come la manzana. Las multinacionales en China: de cómplices a rehenes

13. ¿Y si fuera China la próxima burbuja a punto de estallar?

14. El decálogo de los intangibles. Qué hacer si eres una empresa o, simplemente, quieres cambiar las cosas

15. ¿Quién le pone el cascabel al dragón? Lo que deben hacer España y la Unión Europeaante China

Nota de los editores

La opinión del lector

Otros títulos de la colección

Ahora YO

1.

Un cambio de era: el siglo del dragón

 

«Las especies que sobreviven no son las más fuertes ni las más inteligentes, sino las que mejor se adaptan al cambio».

Charles Darwin

 

 

«Ojalá vivas tiempos interesantes» dice una maldición china. Y los tiempos que nos han tocado vivir, sin duda, lo son. Estamos inmersos en un período de profunda transformación que abarca cambios decisivos en el mundo tal y como lo conocemos. Son cambios tecnológicos, sociales, económicos y geopolíticos. Pero el más trascendente de todos, la mayor de las transformaciones que nos depara el siglo XXI, es, sin duda, el del despertar del dragón chino. Éste es el primero y más decisivo de los cambios para el que deberíamos estarnos todos preparando, tanto los gobiernos, como las empresas y las universidades.

Cómo iba yo a imaginar que dos millones de personas verían en Internet mis vídeos sobre el modelo económico chino. ¡Dos millones de visitas! Todo empezó como suceden normalmente las cosas importantes en la vida, por azar, cuando la escuela de negocios que dirijo, Cepade, perteneciente a la Universidad Politécnica de Madrid me propuso en 2010 grabar un vídeo explicando el auge económico de China y su relación con la crisis económica actual. Hasta entonces, el caso chino solo lo había mencionado de soslayo en algún otro vídeo sobre la crisis financiera mundial. El interés que despertó el vídeo titulado «El modelo parasitario chino», que como digo ha alcanzado los dos millones de visitas en la red, es el que ha inspirado este libro, y es la mejor prueba del enorme interés en la ciudadanía por comprender el despertar económico de China, el acontecimiento político y económico más importante del siglo XXI.

 

[…] la expansión parasitaria china se basa en crear empresas chinas que emplean chinos, para vender productos chinos fabricados por chinos en China.

 

En España basta con dar un paseo por las calles céntricas de cualquier ciudad, o por sus polígonos industriales más importantes. Ahí se verá que China ya está aplicando, implacablemente, su modelo de expansión económica. Tan sencillo es de entender su funcionamiento que no hace falta ni pizarra ni fórmula alguna para explicar esta fórmula de éxito económico: la expansión parasitaria china se basa en crear empresas chinas que emplean chinos, para vender productos chinos fabricados por chinos en China. Es un modelo cerrado en el que los chinos residentes en China producen, y los chinos fuera de China distribuyen, absorbiendo recursos de Occidente que se incorporan a China, pues el modelo se completa con la canalización de gran parte de los beneficios que estas empresas obtienen a través de bancos chinos en el extranjero que envían dicho dinero a China.

China está aumentando continuamente sus reservas en divisas y, por tanto, su poder en los mercados internacionales. Hasta tal punto esto es así, que en este momento China tiene la increíble cantidad de tres billones y medio de dólares en divisas (casi tres veces la renta nacional de España). Con esta enorme reserva de liquidez, cuyo flujo sigue aumentando continuamente desde los distintos países, el Gobierno chino podría comprar el mundo. Y ya ha empezado a hacerlo.

La estrategia de China podríamos denominarla estrategia de esponja: absorbe por sus poros los recursos de Occidente trasladándolos a China. El continuo incremento de los poros, abriendo sin cesar pequeños comercios en numerosísimas ciudades y pueblos de todo el mundo, hacen que el tamaño de la esponja aumente radicalmente y que el proceso de trasferencia de recursos de Occidente a China adquiera una velocidad creciente, por lo que la situación se agrava por momentos sin que Occidente sea capaz de reaccionar.

China no solo está adquiriendo la deuda pública de los países más importantes del mundo, incluido EEUU y Europa, con el consiguiente poder político y negociador que esto le otorga ante sus economías y gobiernos. El Dragón Rojo también está comprando las empresas que controlan las materias primas estratégicas, tanto en África como en América Latina. Poco a poco China se está haciendo con el control de los recursos alimenticios, energéticos y minerales del planeta y de la economía mundial.

 

[…] en este momento China tiene la increíble cantidad de tres billones y medio de dólares en divisas (casi tres veces la renta nacional de España).

 

Ni en sus sueños más ambiciosos Mao Tse Tung hubiera podido imaginar algo similar. La China comunista marxista-maoista, con una dictadura del proletariado que no da libertad de asociación a sus trabajadores, ni libertad de expresión ni de voto, ni siquiera de acceso a Internet a sus ciudadanos, está desarrollándose económicamente con una fortaleza enorme mientras parasita masivamente las economías capitalistas y además con sus propias armas, es decir, con las armas del mercado.

China ya no es tan solo la fábrica del mundo, ahora es también el banquero del mundo y ha conseguido todo ello en poco más de 30 años, desarrollando su estrategia con una enorme discreción. Pasar desapercibido para el enemigo es parte de la filosofía tradicional china, que tanto su cultura, como su plan de expansión económica, tienen interiorizadas en su estrategia.

Occidente se enfrenta a la emergencia del poder hegemónico de China en un desplazamiento sin precedentes de la supremacía económica hacia el país más poblado de la tierra. En las próximas páginas veremos cómo China está tomando posiciones en los cinco continentes y succionando sus recursos energéticos, productivos y financieros cuando más necesarios van a ser. No olvidemos que China está preparando su reinado en un contexto en que el planeta crece en mil millones de personas cada doce años. ¡Mil millones de personas cada doce años! Garantizarse el abastecimiento de recursos es garantizarse la supervivencia y el poder.

En 1987 éramos en la Tierra 5.000 millones de habitantes; en 1999 éramos 6.000 millones y en 2011 pasamos a ser 7.000 millones. ¿No nos damos cuenta de lo que esto significa? Estamos ante un cambio de era. ¿Puede la Tierra aguantar 1.000 millones de personas más cada 12 años? Si, además un tercio de este aumento de población está en China e India (2.500 millones de personas entre ambos) creciendo a un ritmo próximo al 10% anual, imaginemos la cantidad de materias primas, recursos energéticos y recursos alimentarios que tienen que absorber los dos países más poblados de la tierra en los próximos años.

El mundo está cambiando a una velocidad abrumadora. Es como si viviéramos «años de perro», cada uno de ahora vale por siete de antes. Pero estamos tratando la crisis actual como si fuera un cambio de ciclo convencional, como si no fuéramos capaces de darnos cuenta de la profundidad del cambio que vivimos. Lo que estamos viviendo es un auténtico cambio de era. Y todas las reglas del juego cambian también.

Todo cambio de era tiene en su origen no solo aspectos geopolíticos y económicos como los que estamos mencionando, sino también la aparición y desarrollo de tecnologías que cambian radicalmente la forma de vivir y de interpretar la realidad. Igual que la imprenta, el ferrocarril o el telégrafo cambiaron para siempre la historia de la Humanidad, ahora estamos viviendo una revolución tecnológica que determinará la Era del Dragón: la revolución de Internet y de las tecnologías de la información que, como veremos más adelante, contribuyen por un lado a potenciar el control social y político internos de China y, por otro, a acelerar la carrera tecnológica por el liderazgo de las tecnologías de la información de la que, desafortunadamente, está quedando excluida Europa.

¿Pero qué pasa con Europa? Lejos de estar adaptándose al ritmo de cambio que imponen los tiempos, el viejo continente se encuentra desarmado institucional y económicamente para hacer frente a los enormes desafíos globales que se avecinan. Estados Unidos, por su parte, está demasiado preocupado porque China le siga comprando su deuda pública como para reaccionar. Y entre tanto, las multinacionales de Europa y de Estados Unidos están actuando con poca visión de futuro ante este cambio de roles geopolíticos. Las empresas están tomando desde hace más de una década posiciones en el mercado chino y buscando, como es natural, el beneficio en su cuenta de resultados a corto plazo. Subestiman, sin embargo, los planes del Dragón. Aunque abrirse paso en el mercado chino y desde el mercado chino les parezca la panacea a muchas corporaciones multinacionales, que con la crisis financiera en occidente no tienen muchas posibilidades de crecimiento en sus mercados tradicionales, a la larga están sembrando la semilla de su propia destrucción. También aquí veremos por qué en estas páginas.

 

China es el mayor tenedor de deuda estadounidense con 1,15 billones de dólares en bonos y letras del Tesoro americano. Es decir, EEUU debe a China, 1,15 billones de dólares.

 

Desde que las economías occidentales empezaran a tambalearse con la caída de Lehman Brothers en septiembre de 2008, en el que fuera el mes más dramático que Wall Street ha vivido en su historia reciente, China ha jugado muy bien sus cartas. Unos pocos años más tarde, se ha convertido en el primer banquero del mundo y es la gran ganadora de la crisis financiera y económica mundial, gracias a su elevada tasa de ahorro y las audaces posiciones que han tomado sus instituciones financieras, tanto en EEUU como en Europa. China es el mayor tenedor de deuda estadounidense con 1,15 billones de dólares en bonos y letras del Tesoro americano. Es decir, EEUU debe a China, 1,15 billones de dólares.

No está claro cuánta participación en la deuda europea tiene Pekín, pero lo que sí han dejado claro las autoridades chinas a comienzos de 2012 es que va en aumento la atención que piensa prestarle a las economías europeas, en un intento claro de ganar influencia y poder económico en el viejo continente.

Las empresas occidentales son también ahora objetivo de China. La reciente creación de dos fondos especializados en la adquisición de activos o participaciones en empresas de EEUU y Europa, por un importe de 225.000 millones de dólares, delata su interés. Ver cómo los chinos controlan e influyen, vía inversión directa, en empresas estratégicas de los países occidentales es algo a lo que deberíamos irnos acostumbrando. La reciente compra al estado luso de Electricidade de Portugal no es más que un aperitivo de lo que luego veremos.

El caso es que China está empezando a dictar las reglas del juego. Queramos o no verlo, quieran o no aceptarlo nuestros gobernantes, ésta es la realidad económica que se está imponiendo. La gravedad de la situación es mayúscula si tenemos en cuenta el tipo de régimen político del que hablamos. China no es una superpotencia más. Es el país más poblado de la tierra bajo las órdenes de una de las dictaduras aparentemente más sólidas del planeta, el Partido Comunista Chino.

Con la arrogancia política que le dio a Occidente la caída del muro de Berlín, se popularizó la idea de que la apertura económica llevaría inevitablemente a la apertura política y a la democratización de cualquier país y de que, por tanto, no había de qué preocuparse. El ansia de progreso económico traería la democracia liberal a los pueblos. Pero estamos viendo que progreso económico y democracia no siempre van de la mano y puede que sí que haya de qué preocuparse. No solo los chinos aceptan que el suyo es un modelo distinto de la democracia de mercado, sino que además empiezan a considerarlo superior. Es decir, se están reafirmando en que su modelo de comunismo de mercado es más eficiente que nuestro sistema democrático liberal en términos económicos. Poco les importa que con ello se sacrifiquen las libertades individuales para gloria de este nuevo modelo de control que podríamos identificar como Partido Comunista-Consumista Chino. Los gobernantes chinos están trabajando en este momento en la justificación ideológica de este partido, que mezcla las premisas comunistas con una nueva interpretación del capitalismo de consumo, provocando tensiones internas ante la inminencia de los cambios que se avecinan en el año 2013 en la presidencia y en la jefatura del gobierno de China. Comunistas tradicionales frente a consumistas modernos. Ésa es la cuestión.

Lo que estamos viviendo es un cambio de era, en el que coincide la aceleración del cambio demográfico, con el desarrollo imparable de China y el trasvase de recursos y poder político-económico de Occidente a Oriente, con la impresionante revolución de Internet en nuestros hábitos de vida, de comunicación, de formación y de trabajo. Es una verdadera revolución.

Así que esto no es otra crisis cíclica, como han querido verla algunos analistas. Esta vez, como fuera en el siglo IV para el Imperio Romano, es diferente. Para sobrevivir, no nos queda otra que adaptar nuestras instituciones y adaptarnos nosotros mismos a la nueva situación. El primer paso es conocerla.

2.

Y el gigante despertó

 

«¿China? Ahí yace un gigante dormido.

¡Dejémoslo dormir!

Cuando despierte, el mundo temblará».

Napoleón Bonaparte

 

 

China siempre ha estado cerrada sobre sí misma. La muralla china tenía el aspecto defensivo contra el invasor, pero su misión también era la de contención. Debía evitar las invasiones, sí, pero también que el pueblo saliese al exterior. Traspasar la muralla estuvo penado durante siglos con la pena de muerte. Y si China siempre se ha cerrado sobre sí misma es porque ha podido permitírselo. Haber sido autosuficiente era su mayor lujo.

Marco Polo, en el siglo XIII, fue el primer occidental que inició contactos comerciales con este inmenso país. Pero China comienza a abrirse al exterior cuando Occidente potencia su comercio con ella en el siglo XVI, a través de las colonias británicas y portuguesas establecidas en la India,. Ya entonces empieza a producirse un alto déficit comercial en Europa, dado que China exportaba muchos productos de interés a las potencias europeas (porcelana, seda, té, etc.), mientras éstas apenas tenían riquezas que interesaran a la siempre independiente China.

Este déficit comercial endémico a través de los siglos XVII y XVIII eclosiona en el siglo XIX con un episodio crucial para entender cómo hemos llegado hasta aquí: las cruentísimas Guerras del Opio. Los ingleses, preocupados por la baja demanda de mercancías británicas en China y su creciente dependencia comercial, desatan en 1839 la primera Guerra del Opio contra el gigante asiático. La corona británica, cuyas arcas estaban maltrechas a raíz de las guerras napoleónicas, quería seguir exportando a China el opio que cultivaba en la India británica para compensar con ello su balanza comercial. Desafía por ello la prohibición de comerciar con opio que instaura el gobierno imperial chino, preocupado por los estragos que la generalización de esta droga estaba causando en su pueblo. Se trata, posiblemente, de una de las mayores barbaridades que se han podido cometer en el mundo desde el punto de vista colonial, desatar una guerra para convertir a un país en drogodependiente por intereses comerciales.

En la primera de las Guerras del Opio únicamente participó Inglaterra, cuya potente armada se bastó para ganar a una China que aún luchaba con espadas; es de la derrota de esta primera guerra que Hong Kong pasa a manos de la corona británica. En la segunda mitad del siglo XIX a Inglaterra se le unen Francia y EEUU, que habían empezado a darse cuenta de lo importante que era hacerse un hueco en China, forzándola a abrirse al comercio con Occidente y llevarse de paso a esclavos chinos a trabajar en Europa y Estados Unidos. La construcción del ferrocarril norteamericano, una escena que ha sido bastante popularizada por algunos Western de Hollywood, recayó de hecho en los esclavos chinos, secuestrados precisamente durante esta guerra. Otra atrocidad.

Ha pasado un siglo y medio desde entonces y China ya no es ningún desconocido para Occidente, ni viceversa. Hicieron falta dos guerras para que Pekín abriera sus puertas, cerrada a los extranjeros hasta la segunda mitad del siglo XIX y China pusiera sus puertos a disposición del comercio internacional.

 

El Producto Interior Bruto de China se ha multiplicado por cuatro en la última década. Es como si China hubiera creado desde 2001 otras tres Chinas más.

 

Sin embargo, a China no le ha hecho falta ninguna guerra para conquistar Occidente. Su nuevo hegemonismo económico se ha abierto paso discreta e inexorablemente. Primero, tomando posiciones como la fábrica (barata) del mundo. Las exportaciones representaron el primero de los impulsos a la economía China. Pero cada vez depende menos de ellas. Tal y como señala Jim O’Neill, el economista de Goldman Sachs inventor del acertado acrónimo BRIC (para los países emergentes Brasil, Rusia, India y China),[1] pese a que en 2008 la crisis crediticia precipitó la caída de la demanda de exportaciones desde Estados Unidos y Europa, la economía china ha seguido creciendo con fuerza gracias a la pujanza de sus economías domésticas. Entre 2001 y 2010, el gasto interno en China aumentó en 1,5 billones de dólares, aproximadamente el tamaño de la economía del Reino Unido.

El Producto Interior Bruto de China se ha multiplicado por cuatro en la última década. Es como si China hubiera creado desde 2001 otras tres Chinas más. Y, lo que es más inquietante todavía, ha logrado esta transformación económica sin tocar la base de su estructura sociopolítica, dando forma a un modelo de comunismo de mercado desconocido hasta ahora, que está demostrando ser un diseño institucional económicamente imbatible en eficiencia, a costa, claro está, de la libertad de sus ciudadanos. Pero el invento chino del comunismo de mercado tiene un antecedente dramático. Su precedente institucional, aunque no ideológico, está en el capitalismo de Estado de Adolf Hitler en la Alemania nazi. Es lo que los economistas Daron Acemoglu y James A. Robinson en su libro Why Nations Fail[2] (Por qué fracasan las naciones) denominan «el encanto irresistible del crecimiento autoritario».

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A nadie le extrañará a estas alturas que los 20 millones de nuevos empleos que crearon China e India en el año 2010, puedan estar directa o indirectamente relacionados con los 17 millones de desempleados que actualmente tiene Europa de los que cinco millones y medio corresponden a España. Si China se ha convertido en la fábrica del mundo es sin duda, a costa de la desindustrialización de Occidente.

 

El problema es que Occidente, como veremos más adelante, está permitiendo, sin reaccionar, que China gane la partida jugando con las cartas marcadas.

 

Y no hay manera de atacar este desempleo si no se pone orden a nivel internacional en el desplazamiento masivo de recursos productivos de Occidente hacia China. De esta situación no podemos culpar a China, que está jugando magníficamente sus cartas en favor de sus intereses. El problema es que Occidente, como veremos más adelante, está permitiendo, sin reaccionar, que China gane la partida jugando con las cartas marcadas.

 

1. El Mapa del Crecimiento, Jim O’Neill, Deusto, 2012.

 

2. Why Nations fail, Daron Acemoglu y James A. Robinson, Random House, 2012.