Portada

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Derechos de autor

Universidad Piloto de Colombia


Presidente

José María Cifuentes Páez

Rectora

Patricia Piedrahíta Castillo

Director General de Publicaciones

Andrés Lobo-Guerrero Campagnoli

Director de Publicaciones y Comunicación Gráfica

Rodrigo Lobo-Guerrero Sarmiento

Director de Investigaciones

Mauricio Hernández Tascón

Coordinador de Publicaciones

Diego Ramírez Bernal

Directora Maestría en Gestión Urbana

Mayerly Rosa Villar Lozano


© La ciudad en la sombra

Barrios y luchas populares en Bogotá 1950 • 1977


Autor

Alfonso Torres Carrillo

ISBN

978-958-8957-29-6

Segunda edición - Maestría en Gestión Urbana

Universidad Piloto de Colombia

Bogotá, Colombia - 2013

Diseño de portada y Diagramación

Departamento de Publicaciones y Comunicación Gráfica de la UPC.

Fotografías Portada

Fotografía Barrios Populares Bogotá de Catalina Delgado

Primera edición - © CINEP

Carrera 5 No. 33A-08

Santafé de Bogotá, D.C., Colombia

ISBN

958-644-024-9


La obra literaria publicada expresa exclusivamente la opinión de sus respectivos autores, de manera que no representan el pensamiento de la Universidad Piloto de Colombia. Cada uno de los autores, suscribió con la Universidad una autorización o contrato de cesión de derechos y una carta de originalidad sobre su aporte, por tanto, los autores asumen la responsabilidad sobre el contenido de esta publicación.

Prefacio
a la segunda edición

Han pasado dos décadas desde la primera vez que este libro fue publicado por iniciativa del equipo urbano del CINEP. Hasta entonces, su contenido era parte de mi tesis de maestría en historia realizada en la Universidad Nacional de Colombia y había empezado a ser consultada por investigadores de diferentes disciplinas que querían tener una visión de conjunto de la historia de la formación de los barrios populares bogotanos, así como de las luchas de sus pobladores por el derecho a la ciudad desde mediados del siglo XX.

Una vez publicado, el libro encontró acogida, no solo entre historiadores, sino también entre investigadores de otros campos disciplinares e interdisciplinares como la antropología, la sociología, la geografía y la gestión urbanas y los estudios sobre hábitat popular, así como entre profesionales del trabajo social. En ello tuvieron una generosa responsabilidad algunos destacados científicos sociales que lo citaron en sus publicaciones, los usaron en sus cursos o lo recomendaron a sus estudiantes, entre quienes destaco a los historiadores Mauricio Archila, Fernán González, Fabio Zambrano y Alberto Flórez, al antropólogo Julián Arturo, a la socióloga Martha Cecilia García, al urbanista Thierry Lulle y al investigador – creador Arturo Alape.

De ese modo, La ciudad en la sombra fue vendiéndose poco a poco hasta que se agotó una década después de haber sido publicado. De ahí en adelante, las bibliotecas públicas y universitarias, los centros de documentación y las fotocopias fueron las únicas posibilidades para ser consultado por investigadores, estudiantes universitarios e integrantes de organizaciones comunitarias que querían darle un contexto más amplio a la historia de sus barrios.

Por eso, valoro positivamente y agradezco la iniciativa de la coordinadora de la Maestría en Gestión Urbana de la Universidad Piloto de Colombia, Angélica Camargo, de publicar nuevamente el libro en el contexto de la conmemoración de los 25 años de creación del programa y 50 años del centro universitario, y como reconocimiento de su aporte al conocimiento y reflexión de la realidad urbana del país.

La decisión de sacar a la luz esta segunda edición de libro también fue ocasión para hacer una revisión general del texto y la incorporación de un capitulo nuevo sobre la gestión gubernamental de las problemáticas urbanas y demandas que dieron origen a la acción colectiva que se analiza en los capítulos precedentes. A la vez, aprovecho este prefacio para hacer un balance de los que han sido reconocidos como aportes del libro en el contexto de los estudios sociales de la ciudad, los cuales – por lo demás - han tenido un gran impulso y desarrollo en las dos últimas décadas, profundizando y ampliando los alcances de la investigación.

Pese a los desarrollos gestados por la llamada Nueva Historia en Colombia en los campos de la historia económica, demográfica y social, al comenzar la década de los ochenta del siglo pasado, no existía lo que hoy podemos llamar una historia urbana, mucho menos una historia de los sectores populares de las ciudades colombianas. Hasta ese entonces, solo existían pocas experiencias de lo que posteriormente se llamaría investigación urbana: el estudio pionero del padre Camilo Torres Restrepo sobre la proletarización de Bogotá, escrito en 1958; en la década del sesenta, Ramiro Cardona había publicado varios estudios sobre migración y crecimiento de barrios “marginales”; en la década de los setenta y comienzos de la siguiente, aparecen los primeros trabajos sobre política y luchas urbanas desde una perspectiva marxista.

Con el anuncio y realización del Primer Paro Cívico Nacional del 14 de septiembre de 1977, proliferaron investigaciones sobre esta singular forma de protesta social desarrollada principalmente en contextos urbanos, tales como las de Medófilo Medina (1977), Delgado (1978), Alape (1980), Carrillo (1981), Ungar (1981), Fonseca (1982), Santana (1982 y 1985), Camargo y Giraldo (1986) y López (1987). La mayoría de estos estudios privilegió el análisis de los factores objetivos y de las coyunturas específicas en la explicación de sus causas y de sus efectos sobre el sistema político nacional.

Aunque había estudios monográficos sobre algunas luchas por el suelo urbano y por la vivienda, en algunas ciudades como Cali y Bogotá (Arango, 1981; Mosquera, 1982, y Sáenz, 1985), otros autores empezaban a visibilizar los barrios populares como objeto de conocimiento social (Zamudio Clavijo, 1983; Vargas, 1985; Janssen, 1984), no existía una mirada de conjunto de estas formas y escenarios de acción colectiva de los pobladores populares.

La investigación que dio origen al presente libro quería llenar esos vacíos desde una perspectiva de historia social crítica, influida especialmente por la llamada historiografía marxista inglesa, que invitaba a una “historia desde abajo” que no perdiera la visión de conjunto y contextual de las luchas sociales. Además, el trabajo hacía eco de los debates y aportes provenientes de los que posteriormente se llamarían estudios culturales latinoamericanos, en particular los estudios sobre la relación cultura – comunicación realizados por investigadores como Néstor García Canclini, Jesús Martín Barbero y Guillermo Sunkel. También tenía como referencia los trabajos de Manuel Castells, que buscaban interpretar los conflictos y las luchas urbanas en clave de las contradicciones de la sociedad y la ciudad capitalistas.

Esta conjunción de perspectivas, junto con la consulta de fuentes convencionales (estadísticas, legislación, archivos, prensa) y no convencionales (orales, archivos de baúl y de juntas de acción comunal), me permitió elaborar una visión articulada de los procesos de migración, de incorporación a la ciudad de invención de estrategias de sobrevivencia y de construcción paulatina de sus viviendas y de sus barrios; dinámicas colectivas, en las que se combinaron prácticas de ayuda mutua, solidaridad, negociación, movilización y presión frente a las autoridades de la ciudad por parte de los pobladores urbanos.

La comprensión de esta combinación de prácticas, que a la larga resultaron muy eficaces, así como de la configuración de identidades sociales como sectores singulares de la ciudad, con sus propios rasgos idiosincráticos, narrativas, símbolos y rituales, se alimentaron de las perspectivas de análisis cultural que hasta ahora comenzaban a emplearse en la historiografía colombiana. De este modo, las prácticas del rebusque, del convite para echar la plancha, las redes entre vecinos, la realización de bazares y reinados locales, las relaciones clientelares con los partidos políticos, la realización de marchas, tomas de entidades públicas y otras formas de protesta, fueron vistas en su conjunto, como expresiones de un proceso de formación de unos sujetos colectivos emergentes que asumían formas particulares en cada asentamiento popular.

Esta representación de conjunto y procesual en las luchas de los migrantes y los habitantes de los barrios populares por el derecho a la ciudad, en la que inciden distintos factores (económicos, sociales, políticos y culturales) y convergen diferentes escalas temporales (de larga, mediana y corta duración) y espaciales (nacionales, distritales y locales), fue – a mi juicio – la que hizo que primero la tesis y luego el libro tuvieran acogida entre investigadores y profesionales interesados en comprender la dinámica contemporánea de la ciudad de Bogotá.

A partir de la década de los noventa, el interés por el estudio de los pobladores urbanos, sus historias, sus luchas y sus prácticas socioculturales se expandió: inicialmente, desde la emergente antropología urbana, gracias al liderazgo de Julián Arturo, quien realizó varios seminarios sobre lo urbano y quien, en 1994, coordinó la publicación del libro “Pobladores urbanos” (2 volúmenes) que contenía trabajos de 30 investigadores, provenientes de diferentes disciplinas sociales que expresaban el naciente interés por temas como el poblamiento, la vida cotidiana de los territorios barriales, las culturas populares, las identidades juveniles y los habitantes de la calle.

Para el caso de Bogotá, también contribuyeron a la expansión de los estudios y publicaciones sobre la ciudad y sus pobladores dinámicas como: la realización de trabajos de grado en programas de pregrado y posgrado de historia, antropología y sociología; la creación, en 1995, del Observatorio de Cultura Urbana dentro del Instituto Distrital de Cultura y Turismo; el interés por los problemas urbanos por parte de algunas organizaciones no gubernamentales, como el CINEP y Foro por Colombia; la realización, por parte de la Alcaldía, de 4 versiones del Concurso de historias barriales y veredales (el cual se replicó en algunas localidades), que permitió la emergencia de cronistas locales e historiadores barriales; la realización de historias de algunas localidades como Usaquén, Tunjuelito y San Cristóbal (Zambrano, 2000 y 2004; Contreras y Garzón, 1999).

Finalmente, en el contexto del surgimiento y la consolidación de muchas experiencias organizativas populares surgidas desde fines de la década del setenta, se realizaron investigaciones participativas, historias locales y trabajos sobre memoria colectiva local, barrial y organizativa. Este tipo de investigaciones “comprometidas” con los procesos asociativos y las luchas urbanas ha permitido documentar la visión de los propios pobladores sobre su historia, sus territorios y sus proyectos de futuro (Franco, 2008).

Gracias a esta proliferación de estudios sobre la ciudad y sus habitantes, 20 años después de la publicación de la primera edición de La ciudad en la sombra, contamos con una mirada más completa y profunda de los procesos de migración – desplazamiento hacia la ciudad, invasión de terrenos (Tamayo, 2009), formación de barrios y localidades populares, consecución de bienes y servicios colectivos, movilizaciones, formas de organización (Alonso, Hataya y Jaramillo, 1997; Barragán y otros, 2004; Torres, 2007), culturas e identidades colectivas y políticas urbanas (García y Zamudio, 1997).

Tal vez, el próximo desafío intelectual sea la realización de estudios comparativos y miradas de conjunto sobre la acción colectiva y las dinámicas organizativas de los pobladores populares a escala nacional y latinoamericana, dado que ya existen abundantes estudios de caso y balances críticos en ciudades como Lima, México, Sao Paulo y Buenos Aires. Un buen antecedente al respecto es el libro Las ciudades hablan. Identidades y movimientos sociales en seis metrópolis latinoamericanas, coordinado por Tomás R. Villasante (1994), en el que además se construye un modelo analítico y metodológico para el abordaje de la acción colectiva popular.

Prólogo

Inevitablemente, todos nosotros formulamos por escrito la historia de nuestro tiempo cuando volvemos la vista hacia el pasado y, en cierta medida, luchamos en las batallas de hoy con trajes de la época” (Eric J. Hobsbawm, Los Ecos de la Marsellesa. Barcelona: Ed. Crítica, 1992, p. 15)

Nada más acertado para retratar el esfuerzo de Alfonso Torres, y de los historiadores en general, que la sugestiva imagen propuesta por el historiador Eric Hobsbawm: luchamos las batallas de hoy con trajes de la época. Esta es, además, otra forma de citar el aforismo común entre el gremio de estudiosos del pasado: toda historia es siempre presente.

El libro que hoy prologamos nos hace volver la mirada sobre un sector de pobladores de la ciudad de Bogotá, para entenderlos y entenderla mejor. Se trata de los migrantes pobres, quiénes a “las malas” o a “las buenas”, aunque en realidad casi siempre acudiendo a estas últimas, se apropiaron de terrenos baldíos o inutilizados. Aquellos que con gran despliegue de ingenio popular y escasa ayuda estatal equiparon los espacios trazados por ellos mismos, rebuscaron sus viviendas y afrontaron la larga travesía por los vericuetos burocráticos hasta conseguir la legalización de sus barrios. Por ello, hoy habitan en los mapas oficiales del Distrito Capital espacios que anteayer eran potreros y ayer zonas de invasión o meros proyectos de urbanización pirata.

Los conflictos actuales, por lo menos en lo que al caso urbano se refiere, no son diferentes a los de los años sesenta o setenta. Y para llamar la atención sobre ellos, el historiador no necesita vestirse de ruana y alpargatas: basta con una mirada atenta y desprevenida a la que hay que agregarle fuertes dosis de investigación documental y de prensa. Pero esto es algo que no puede hacerse solamente desde los escritorios. Hay que ir a oír las historias que los sectores populares cuentan. Porque ellos también cuentan...

Esta es la óptica que adopta Alfonso Torres, y desde ella nos ofrece una historia muy parecida a la que todos, de una forma u otra, vivimos cotidianamente. Hay, por supuesto, referencias a invasiones de tierras, heroicas gestas en defensa de lo conquistado, movilizaciones a los centros de poder o ingeniosas tácticas de resistencia a la represión oficial. Pero esos son instantes, lúcidos con seguridad, de una historia mucho más gris y menos apoteósica: la de los convites dominicales, el petitorio a la autoridad de turno, la “lagarteada” al gamonal local, la espera por los “auxilios” que no llegan y los bazares organizados con consentimiento del cura párroco. Una historia de todos los días, que no por ello podemos despreciar. Su trascendencia no reside en el destello épico que muestra, sino en la forma velada en que esconde tensiones latentes entre mecanismos de dominación y formas de resistencia. Allí radica el trabajo del investigador: trascender la crónica para señalar los hilos sutiles de esas contradicciones.

Esa es mi lectura del texto, que por demás es agradable y fácil de digerir. Quedan, como en toda investigación, cabos por atar que seguramente animarán la búsqueda hacia el futuro. De ellos quisiera señalar algunos que me parecen especialmente pertinentes para fortalecer el trabajo que Alfonso Torres nos lega.

El primero tiene que ver con el necesario contraste con otras ciudades del país y de América Latina. ¿Por qué la gente en Bogotá optó por arreglar de una manera pacífica lo que sólo pudo hacerse a través de procesos conflictivos en ciudades como Cali o Barranquilla? Animando el debate, Torres avanza en el sentido de ponderar la sensación de bienestar de los pobladores urbanos en contraposición al pasado rural.

Otro aspecto importante es el que atañe a las diferentes estrategias de lucha popular que se suscitan en un mismo espacio urbano. Siguiendo una serie de análisis paralelos, es necesario desentrañar las motivaciones en otras movilizaciones diferentes a las de los pobladores aquí reseñadas, tales como las de los sindicalistas, los vendedores ambulantes, los activistas políticos, los devotos religiosos, los estudiantes o los asistentes a los estadios.

Todo ello remite, por último, a la inquietud que atraviesa el texto en su conjunto y que, obviamente, no tiene una respuesta definitiva: ¿qué tanto marcaron las luchas urbanas, abiertas o veladas, la identidad de los pobladores capitalinos? Es cierto, como concluye el autor, que “el barrio popular urbano se volvió el referente por excelencia del sentido de pertenencia social del anónimo migrante”, lo difícil es establecer si este sentido de pertenencia marca la identidad de los habitantes o ella se gesta en otras pertenencias, como las del trabajo, la recreación o la militancia, por mencionar algunas.

Estos cabos sueltos no demeritan el trabajo de Alfonso Torres. Por el contrario, resaltan la validez de su acercamiento. Son una invitación a seguir tejiendo historias sabiendo que afortunadamente no partimos de cero. En últimas, bien puede éste ser el sentido final de su esfuerzo: hacemos saber que tenemos un buen trecho andado y que contamos con una cuidadosa aproximación al pasado de los pobladores pobres de la capital; pasado que sigue siendo pan de cada día para muchos bogotanos.


Mauricio Archila Neira

Santafé de Bogotá, marzo de 1993.

Introducción

La problemática urbana, especialmente los movimientos y luchas sociales asociadas a lo urbano, fue objeto de notable interés por parte de los investigadores sociales colombianos a partir de 1977, año de realización del primer Paro Cívico Nacional que tuvo como principal escenario la ciudad de Bogotá. Durante los años ochenta, abundan los estudios sobre las luchas, los movimientos y los paros cívicos acaecidos a partir de la década de 1970. En contraste, no tuvieron la misma acogida los periodos anteriores ni otras formas de acción colectiva urbana menos espectaculares, pero más articuladas al tejido social citadino e indispensables para la comprensión histórica de la construcción de los actores urbanos contemporáneos.

El vacío es más notorio para las décadas del 50 y del 60, época en la cual el proceso migratorio, iniciado a comienzos del siglo, se agudiza por el recrudecimiento de la violencia rural y por la atracción ejercida por la industrialización en las grandes ciudades. Van a ser precisamente éstas los principales centros de recepción de migrantes, formándose a sus alrededores asentamientos populares ilegales que, poco a poco, fueron convirtiéndose en epicentros de conflictos con el Estado.

Es por ese entonces que se generalizan las ocupaciones de hecho de terrenos urbanos, acciones que causan alarma y consternación entre las clases privilegiadas de las grandes urbes. El mismo presidente Alberto LIeras Camargo hacía eco de tales preocupaciones en el año 1961:

Como el fenómeno de urbanización ha continuado acentuándose... la angustiosa situación de estos nuevos contingentes humanos ha degenerado fácilmente en numerosos intentos de invasión a los predios ajenos, como ha ocurrido en Cali, Barranquilla, Cartagena y aún en la propia capital de la República.

La alarma del Presidente era justificada. Millones de campesinos luchaban por ganar un espacio en las ciudades y por conseguir los servicios básicos para su sobrevivencia individual y colectiva. El fenómeno de aparición y crecimiento de barrios populares caracteriza la dinámica interna de las grandes ciudades colombianas, en particular Bogotá, principal centro receptor de migrantes del país en el siglo XX.

Para Orlando Sáenz, durante el periodo del Frente Nacional “las luchas de los sectores populares por el suelo urbano, la vivienda y los servicios públicos básicos, no sólo registraron un notable aumento cuantitativo sino que experimentaron un decisivo cambio cualitativo que marcó una nueva etapa del movimiento popular en Colombia” (Sáenz, 1985: 9).

A pesar de haberse convertido en un lugar común, referirse a la generalización de invasiones urbanas y de movilizaciones en los barrios populares en demanda de una adecuada infraestructura urbana durante el Frente Nacional, no existe ningún estudio sistemático sobre las luchas urbanas en tal período. En este sentido, y conscientes de la importancia que reviste el conocimiento de las luchas barriales para la comprensión de la constitución misma de los sujetos populares urbanos y para los movimientos populares en general, he realizado un balance de las luchas protagonizadas por los habitantes de los asentamientos populares bogotanos entre 1958 y 1977, año del Primer Paro Cívico Nacional.

La escogencia de la ciudad de Bogotá no obedece tanto a razones de orden práctico –accesibilidad a fuentes– sino a la relevancia de la problemática de estudio: la capital de la República fue la mayor receptora de migrantes y el lugar donde se vivieron con mayor intensidad los mecanismos y formas de lucha en los barrios populares, ante la incapacidad de la Administración Distrital para dotarlos de los elementales servicios públicos y sociales, derechos que disfrutaban habitantes de los sectores ya consolidados de la ciudad.

Para el periodo de estudio, los barrios fueron el principal escenario de las luchas de los migrantes por el derecho a la ciudad. Estas unidades territoriales, cuyo origen se remonta a la formación misma de Santafé de Bogotá, fueron la referencia central del sentido de pertenencia citadina de los recién llegados y el lugar donde se desarrolló la mayor parte de sus estrategias familiares y colectivas para solucionar sus necesidades, definir sus intereses y conseguir sus derechos como ciudadanos. Las formas que asumieron esas luchas no siempre fueron la movilización pública, sino que combinaron un conjunto de tácticas de resistencia cotidiana y de acción comunitaria, con la presión negociada con las autoridades, la protesta abierta y la generación de asociaciones y redes comunales locales.

Por ello, en este libro acuño el concepto de luchas barriales y tomo distancia frente a otras categorías que no dan cuenta de la singularidad del campo de lucha social durante el periodo estudiado. Las luchas barriales se diferencian de conceptos utilizados por otros investigadores para referirse a modalidades más visibles – permanentes o puntuales– de la acción colectiva de los pobladores urbanos como: movimientos sociales urbanos (Castells, 1982), movimiento urbano popular (Álvarez, 1998), protesta urbana (Medina, 1984), luchas urbanas (García, 2000) y acción colectiva urbana (Torres, 2007).

Bajo el concepto de luchas barriales comprendo aquellos mecanismos, permanentes o coyunturales, espontáneos u organizados, individuales o colectivos, asumidos por los habitantes de los asentamientos populares para solucionar problemas cuyo origen está en las contradicciones asociadas a la organización colectiva del modo de vida. Incluyo, por tanto, las tácticas cotidianas a nivel familiar y las prácticas colectivas concertadas o conflictivas, gestadas en el espacio barrial, tendientes a la consecución y dotación de vivienda, la construcción de la infraestructura de servicios comunales o a la defensa de los bienes y servicios ya conseguidos.

La preocupación por analizar estas expresiones de impugnación, resistencia y negociación protagonizadas desde los barrios populares, en su adecuado contexto, me llevó a realizar una síntesis global del proceso demográfico del país y de la ciudad de Bogotá entre 1958 y 1974. En los capítulos 1 y 2 del libro se analizan los mecanismos asumidos por los habitantes de los barrios para hacerse al suelo urbano, construir sus viviendas y garantizar los ingresos para sobrevivir; así mismo, se abordan las estrategias colectivas más usuales para dotar al barrio de los servicios básicos por la vía del esfuerzo propio y la concertación con las autoridades distritales.

Los casos en los que fue necesaria la confrontación abierta de los habitantes de los barrios con el Estado para satisfacer sus demandas son el objeto de estudio de los capítulos 3 y 4. En el tercero, se hace un balance y un análisis de la dinámica de las invasiones de terreno, dado su impacto político en ese periodo y su significación para el conjunto de luchas populares. Como fue la única modalidad de lucha que alcanzó niveles de organización estable, también se estudian los alcances y limitaciones de la acción de la Central Nacional Provivienda (CENAPROV), surgida en 1959 con el propósito de aglutinar a los destechados del país.

En el capítulo 4 se presentan otras modalidades de protesta manifiesta en los barrios, que van desde la marcha a las empresas y la resistencia pacífica a los desalojos hasta los paros cívicos y el enfrentamiento organizado de varios barrios con la Administración Distrital. Analizadas las modalidades, los motivos y resultados de las luchas, se compara su comportamiento con el de otros movimientos sociales acaecidos en el escenario urbano en la misma época. Por último, se interpretan los alcances y significado de la protesta barrial durante el período de estudio.

El capítulo 5, incorporado para esta segunda edición, se ocupa de las estrategias y medidas específicas que adoptó la administración distrital para enfrentar el problema de la proliferación de barrios populares, así como de sus organizaciones y sus luchas. La política combinó la generación de nuevas normatividades, la definición de una política de vivienda para la ciudad, la flexibilización de las normas sobre barrios “subnormales” y la institucionalización del clientelismo como mediación principal entre los pobladores y el gobierno distrital.

En cuanto al uso de fuentes, encontré las dificultades propias del estudio de otras luchas y movimientos de carácter popular a las que se sumaron las limitaciones de una investigación individual, sin más recursos que el tiempo libre dejado por las actividades laborales. Junto con la información bibliográfica disponible sobre el período y sobre la modalidad de lucha estudiada, acudí a la información contenida en la documentación oficial referente a los barrios, así como a la prensa nacional y local. También acudí a fuentes provenientes de los protagonistas de las luchas, principalmente testimonios orales y comunicados, petitorios y escritos facilitados por algunos habitantes y dirigentes barriales de la época.

Para finalizar, quisiera hacer algunas consideraciones sobre las particularidades del uso de la fuente oral y sobre las dificultades encontradas en el acceso a algunos archivos claves para el estudio de las luchas barriales. Usada ya por otras disciplinas sociales, la fuente oral empezó sólo en tiempos recientes a ser utilizada por la historia en sus investigaciones. Tal vez esta desconfianza por la palabra hablada se debió a la influencia de la historia tradicional, que tanta importancia dio al documento escrito, o quizás porque el tipo de investigaciones preponderantes hasta hace algunos años no lo exigió.

Cuando la mirada de los historiadores empezó a dirigirse a las clases sociales subalternas y sus luchas, y a evidenciar la carencia de fuentes provenientes de éstas, se empezaron a utilizar -eso sí con mucha desconfianza- la tradición oral y los testimonios de viejos protagonistas de los hechos. Así mismo, desde las perspectivas historiográficas más positivistas, se han generado algunas críticas al uso de fuentes orales, pero que son comunes a las fuentes históricas en general. Así, por ejemplo, se ha insistido en el carácter subjetivo de la historia oral, su selectividad e inexactitud. Sin embargo, estas críticas son compartidas por gran parte de los documentos escritos.

Una noticia de prensa, una declaración judicial, un diario o, incluso, el informe de un funcionario oficial también están cargados de subjetividad y no dan cuenta completa del hecho en cuestión. El historiador sabe muy bien que parte de su oficio es el análisis crítico y la confrontación de sus fuentes; también, que su propio conocimiento es inacabado y parcial. Afortunadamente, estas mismas limitaciones son las que -entre otras razones- han hecho avanzar el conocimiento histórico.

Pero la tradición oral es algo más que una fuente para el historiador: constituye el modo de existencia por excelencia de la memoria colectiva popular. Con todo lo que tiene de ambiguo el término memoria colectiva, los estudiosos de las culturas populares reconocen la existencia de un sustrato de conocimientos, valores, creencias y sentimientos compartidos por los grupos sociales, que en buena parte han sido transmitidos de generación en generación por la vía de la palabra. Dejar hablar a los individuos pertenecientes a los sectores populares, más que una técnica de “recolección de información”, posibilita la activación y recreación de sus imaginarios y sus convicciones; y, en últimas, de su identidad como sujetos sociales e históricos y su misma proyección hacia el futuro.

Como lo señala Mauricio Archila (1986), la historia oral nos acerca a otro tipo de verdad, la verdad de “los de abajo”; que si bien no es la verdadera –ninguna lo es–sí es la voz silenciada por el poder, la voz tergiversada por sus “intérpretes”, la voz que debe ser oída, tanto para la comprensión del complejo mundo de lo popular, como -primordialmente- para contribuir al proceso de construcción y consolidación de la identidad popular.

En cuanto a fuentes que podrían haber aportado valiosa información al problema, y que sólo fueron usadas parcialmente, están el Archivo de la Alcaldía de Bogotá y los archivos de las Juntas de Acción Comunal. En el primer caso, además de no estar protegido ni organizado, no tiene acceso al público. En el antiguo matadero municipal yacen enormes cantidades de papeles entre cabuyas, a merced de la humedad y de los roedores. Logré, a comienzos de la investigación un permiso para consultarlo, pero luego de haber localizado algunos documentos – especialmente correspondencia entre barrios y alcalde, y entre éste y funcionarios locales-, el cambio de funcionarios impidió el acceso a esta inexplorada fuente documental.

El justificado celo de los dirigentes comunales frente a los numerosos investigadores que acuden a los barrios a obtener información impidió la consulta sistemática de los archivos de las Juntas de Acción Comunal de los barrios en donde lo solicité. Sólo cuando alguno de los líderes entrevistados vio conveniente apoyar alguna de sus afirmaciones en actas de asamblea o papeles conservados, me puse en contacto con tan invaluables fuentes.

Sólo resta agradecer a las personas que contribuyeron a que este trabajo llegara a su término. A mi compañera, quien tuvo que combinar los rigores del embarazo con la pesada labor de transcribir las entrevistas y mecanografiar los borradores del trabajo. A la Maestría de Historia de la Universidad Nacional, la cual acogió una primera versión de esta investigación como Tesis de Grado. A los profesores Medófilo Medina, Mauricio Archila y Fabio Zambrano, quienes con sus pertinentes observaciones contribuyeron a precisar, ampliar o reelaborar algunas apreciaciones del autor. Al CINEP, principalmente a los compañeros del Equipo Urbano, en especial a Martha García, quienes sugirieron la publicación de este libro. No sobra aclarar que los límites y vacíos del trabajo son responsabilidad del autor.

Capítulo 1:
Los migrantes se toman Bogotá

Proceso de urbanización en Colombia y crecimiento acelerado de Bogotá

La instauración del acuerdo político bipartidista del Frente Nacional coincidió con profundas transformaciones demográficas y económicas de Colombia, cambios que en Bogotá generarían las condiciones sociales y las luchas barriales que estudiaremos en nuestro trabajo.

En el plano demográfico, Colombia sufre un aumento poblacional acelerado desde 1930, alcanzando entre 1951 y 1964 su máximo grado de crecimiento. Simultáneamente, vive una intensa concentración urbana, dejando de ser un país eminentemente rural a comienzos del siglo para convertirse en un país cuya población urbana al comenzar el siglo XXI supera el 75% de la población total.

La tendencia al aumento del crecimiento urbano ha sido explicada tradicionalmente por la confluencia de las migraciones internas y por el crecimiento industrial efectuado durante el siglo XX. Entre 1951 y 1964, años correspondientes a la intensificación de la violencia que azotó los campos del país, la migración campo-ciudad adquiere dimensiones alarmantes.

Pero tal crecimiento urbano no benefició por igual a todos los municipios, sino que se concentró en aquellos de mayor tamaño. Con datos censales para 1938, 1951 y 1964, Segundo Bernal (1971) nos muestra cómo existe una enorme diferencia en el aumento poblacional de las cabeceras de 10.000 o más habitantes y aquellas que contienen menos cantidad, como lo veremos en el siguiente cuadro:

Mientras que para mediados de siglo la población de una y otra clase de cabeceras se distribuía en cantidades iguales; transcurridos seis años del Frente Nacional, las cabeceras con más de 10.000 habitantes contenían las cuatro quintas partes de la población total urbana. El número de habitantes de este tipo de cabeceras se triplicó en 26 años, mientras que el de las cabeceras de menos de 10.000 disminuyó en un 4%.

Pero el problema no se agota ahí, pues el aumento demográfico de las cabeceras con más de 10.000 habitantes tampoco es uniforme (ver Cuadro 2). Mientras que en 1938 las 30 cabeceras municipales que concentraban entre 10.000 y 100.000 habitantes reunían la mayor parte de la población urbana del país, la tendencia observada en el cuadro es que las ciudades mayores de 250.000 asumen el liderazgo. En 1951, vive en ellas el 51 % de la población urbana; y en 1973, el 56%, mientras que las pequeñas poblaciones pasan durante ese lapso del 42% al 29% de participación.

Según parece, los centros urbanos mayores atraen la población de las ciudades intermedias y pequeñas. Si observamos el comportamiento poblacional de las 15 principales ciudades colombianas en el presente siglo (Cuadro 3), confirman las anteriores apreciaciones. Sólo las 4 ciudades que en 1964 superaban el medio millón de habitantes (Bogotá, Medellín, Cali y Barranquilla) logran un crecimiento considerable en 1973 (5.5% anual). Estas urbes, que son las mismas que concentran la producción industrial nacional, llegan a reunir en ese último año el 42% del total de la población urbana y el 25.4% de la población total del país.

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Las tendencias y particularidades del crecimiento poblacional de Bogotá merecen ser analizadas en detalle, ya que esta ciudad se constituye en el principal receptor de migrantes durante el Frente Nacional, dada su calidad de centro aglutinador de gran parte de la vida económica y política del país.

Como vemos, hasta 1900 Bogotá no dejaba de ser una aldea que no superaba los 100.000 habitantes, a mediados de siglo superaba el medio millón y en 1978 es una urbe con tres y medio millones de habitantes. El crecimiento de la población bogotana alcanzó en el período intercenso 1951-1964 una tasa del 6.7% anual, casi el doble de la ya elevada tasa general del país del 3.4% y muy superior a la de los otros centros urbanos de importancia. Entre 1964 y 1973, esta tasa disminuyó a un 5.8% pero continuó siendo la más elevada del país. Para este último año, Bogotá reunía el 25.6% de la población urbana.

Este crecimiento poblacional estuvo acompañado por el aumento del área ocupada por la urbe. Martín Reig (1979: 388) señala cómo de 1938 a 1958 la superficie urbana se triplica. En los tres años siguientes, tal superficie vuelve a triplicarse. El crecimiento acelerado del área ocupada por la ciudad puede verse en el siguiente cuadro:

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Si entre 1952 y 1962 se produjo la mayor aceleración de la ocupación espacial de Bogotá, es entre 1962 y 1972 que el ritmo anual llega al porcentaje mayor: 831 has/año. Podríamos calcular que durante el Frente Nacional, Bogotá va a aumentar en casi dos millones su población, y en un promedio de 18.000 hectáreas su tamaño.

CRECIMIENTO URBANO DE BOGOTÁ 1958-1974

FUENTES:

Elaborada por el autor, a partir de la información del capítulo 1

Estudio de desarrollo urbano de Bogotá fase 11 D.A.P.D. Instituto Geográfico Agustín Codazzi

CASCO URBANO 1974

VÍAS MÁS IMPORTANTES

CASCO URBANO HASTA 1958

CRECIMIENTO URBANO DE BOGOTÁ 1958-1974

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Una nueva realidad

Hasta mediados de este siglo, Bogotá era un centro urbano de modestas proporciones, con una población que sólo superaba los 600.000 habitantes y un espacio ocupado de 3.000 hectáreas de la Sabana. Arrinconada junto a las estribaciones de la cordillera Oriental, había venido teniendo un crecimiento longitudinal en dirección norte-sur, siguiendo como eje la antigua Calle Real (hoy carrera séptima). Poco a poco, el centro cívico había dejado de ser espacio de encuentro de las diferentes clases sociales que, sin confundirse, durante cuatro siglos se habían cruzado en sus calles. Desde 1930, las clases ricas fueron abandonando el centro para desplazarse hacia el norte, alejándose de los barrios populares que acordonaban aquella zona.

En 1950, a las tradicionales barriadas populares coloniales (Egipto, Belén, La Peña, San Diego...) y a las surgidas a comienzos de siglo (Perseverancia, Las Cruces, Ricaurte) se habían sumado nuevos asentamientos hacia el sur (20 de Julio, Santa Inés, Santa Lucía, San Isidro) y hacia el noroccidente (Ferias, Estrada). Estos últimos, se encontraban unos 10 kilómetros alejados de los cascos urbanos centrales y separados aún por unidades productivas agrícolas.

Las condiciones sociales de miseria y la carencia de servicios públicos que caracterizarán a los barrios surgidos en las décadas siguientes ya están presentes en los asentamiento de mitad de siglo; según Samuel Jaramillo, el crecimiento de las ocupaciones es tan vertiginoso que “la construcción de viviendas populares entre 1928 y 1938 representó el 28% del total de viviendas en Bogotá; entre 1938 y 1951 esta proporción aumentó en un 54.1%” (Jaramillo, 1980: 186).

En la década del 50, y en especial durante el período del Frente Nacional, se acelera este movimiento social silencioso del crecimiento popular en Bogotá. Hemos visto cómo entre 1954 y 1974 1a población se triplica, al igual que la superficie urbana entre 1958 y 1970; en ese lapso, la capital va a tener más de un millón de nuevos habitantes, de los cuales la mayoría son migrantes que ocuparon o fundaron barrios populares.

Recién posesionado como alcalde de la ciudad, Jorge Gaitán Cortés afirmaba que: “del año 50 al año 58 tenemos lo que podríamos denominar una ciudad de refugio: es la época de la inmigración en masa”. Según el censo de 1964, 850.433 habitantes de la ciudad habían nacido fuera de Bogotá, que en ese entonces contaba con 1’730.000.

Los espacios entre el centro y los barrios populares surgidos hasta mediados del siglo van a ser densamente ocupados. Además, van a nacer cientos de nuevos barrios, principalmente hacia las zonas montañosas de oriente y suroriente y hacia las partes bajas inundables del sur, suroccidente y noroccidente. Incluso al extremo norte y al noroccidente surgirán asentamientos que bordearán a los nacientes barrios residenciales de la clase alta, pero sin mezclarse con éstos.

Así mismo, a fines de los 50, empieza a ser muy reiterativo en la prensa capitalina y en otras publicaciones periódicas hablar de “el drama de los barrios fantasmas, marginales o subnormales” y de los problemas ocasionados por el crecimiento urbano. Un dato significativo es que en la primera página del diario El Espectador del primero de Julio de 1958 aparecen cinco titulares sobre Bogotá y sus problemas. Dichas voces de alarma evidenciaban las múltiples dificultades de los miles de nuevos ciudadanos bogotanos en su lucha por asegurar su derecho a vivienda, servicios públicos y equipamiento básico.

La penuria de la vivienda

Era de esperarse que la infraestructura urbana existente no garantizara las condiciones mínimas para estos nuevos contingentes humanos. Un presupuesto distrital de 125 millones de pesos para atender las necesidades sociales que ascendían a 2000 millones, da una idea del crónico déficit de vivienda y servicios sociales básicos a comienzos del Frente Nacional, y que se mantendrá durante todo el período. En 1966, el alcalde Gaitán Cortés comentaba con preocupación:

“Nuestra ciudad atraviesa en la actualidad un período de grandes dificultades. Se enfrenta al reto formidable de un desplazamiento masivo de población que converge desde todos los confines de la nación... Aunque se preveía que la población de Bogotá crecía a una altísima tasa, entre las proyecciones más exageradas y las cifras oficiales del censo pasado hay una diferencia de 250.000 habitantes más. Este exceso de población/imposible de prever, está causando trastornos por la insuficiencia transitoria de algunos servicios públicos cuyos ensanches se adelantaban bajo la creencia de que la población de 1’700.000 habitantes que registró el censo, sólo sería alcanzada en 1%8”

La primera preocupación para el migrante es la consecución de vivienda. Sin embargo, la incapacidad del Estado y el desinterés de las élites capital por dotar de los elementales valores de uso colectivo, obstaculizan su deseo. Ya en 1958, de las 260.000 viviendas que hacían falta en el país, Bogotá aportaba el 30.5% del déficit. Antes de entrar a presentar algunos aspectos cuantitativos del problema de la vivienda en Bogotá, aclararemos algunos conceptos que nos permitirán operacionalizar los datos obtenidos.

La penuria de la vivienda, que afecta numerosas capas de la población pertenecientes a los sectores populares, asume la forma de estado de “privación” o la de “estado absoluto de necesidad”. Cómo se vivía esta privación en forma de hacinamiento, ya sea en inquilinatos o de cualquier otro modo de utilización del espacio y de uso colectivo de los servicios para varios hogares, lo evidencia el siguiente testimonio:

“Antes de pasarnos para La Gloria vivíamos en Fátima con mis hermanos; éramos siete en una pieza chiquita sin ventanas... como éramos varias familias y no había sino un baño y una cocina, el que más madrugaba era el que podía hacerla, pero los dueños molestaban mucho porque decían que usábamos mucha agua y luz”

La presencia de todas o algunas de estas características basta para marcar el estado de privación en materia habitacional y que afectaba en 1970 al 70.4% de los obreros y al 52.7% de la población económicamente activa en Bogotá. Los grupos sociales que son afectados por un estado absoluto de necesidad carecen de uno o de todos los servicios básicos: agua potable, alcantarillado y luz eléctrica. El hacinamiento alcanza en promedio 8 o más personas por cuarto y representa para Bogotá, en el mismo año, el 13% de la población económicamente activa y el 25% de los obreros (Molina, 1979: 72).

La sumatoria del estado de privación y el estado de necesidad absoluta constituyen la “penuria de la vivienda”, que en 1970 afectaba el 66% de la población económicamente activa de Bogotá y e1 95.4 % de los obreros, ratificando lo dicho sobre las clases sociales más afectadas por el flagelo de la carencia de vivienda.

Según las precisiones anteriores, el déficit habitacional está constituido por las viviendas indispensables para que toda la población de un centro urbano o un país viva por lo menos en las condiciones del estrato bajo. De este modo, el “déficit” de viviendas socialmente adecuadas es igual a la suma de viviendas faltantes para eliminar el nivel de hacinamiento (más de 3.5 personas por cuarto), más las viviendas por remplazar, más las viviendas sin uno o varios servicios.

Generalmente las estadísticas oficiales diferencian estos niveles, llamando “déficit cuantitativo” a la diferencia entre el número de familias y el número de viviendas existentes, o al número de personas menos el número total de cuartos. A la suma del déficit cuantitativo y las viviendas que deben ser reemplazadas la denominan “déficit total 1”. Un rasgo característico de los nuevos asentamientos urbanos populares (piratas o de invasión) es la carencia parcial o total de los servicios básicos. En los censos de 1964 y 1973, se eligió como índice de la carencia de servicios la falta de agua (para el primer año) y de inodoro (para el segundo). A este déficit lo denominamos “déficit cualitativo”. A la suma del resultante del déficit cuantitativo más el déficit cualitativo se le denomina “déficit total 2”. Reconociendo estas denominaciones, analizaremos los datos que los censos de 1964 y 1973 arrojan sobre el déficit habitacional.

El desequilibrio histórico entre el crecimiento industrial y el crecimiento poblacional, sumado al monopolio del suelo urbano, llevó a que los sectores de bajos ingresos capitalinos padecieran la carencia absoluta o relativa de vivienda. En ambos censos, la mitad del déficit cuantitativo de vivienda nacional se concentró en Bogotá. 134.218 de las 320.072 familias bogotanas, en 1964, carecían de vivienda o de los servicios básicos; es decir, unos 711.355 bogotanos, equivalentes al 41.9% de la población total capitalina.

Nueve años después, en 1973, las cantidades absolutas se incrementan: 181.601 familias de las 521.522 acusan déficit cuantitativo o cualitativo de vivienda. Multiplicando esta cifra por 5.2, que es el promedio de personas por familia, tenemos que 994.326 habitantes se encuentran en esta condición.

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El aumento del problema en Bogotá, pero su disminución porcentual en relación con la población urbana del país en 1973, deja ver cómo el problema de la vivienda crece en otros centros urbanos de Colombia.

Datos de otros años ratifican la situación de penuria de vivienda que acosa los hogares populares durante la primera mitad de la década del 70. Según un informe del Banco Mundial (Arango, 1986: 89), el déficit de vivienda en Bogotá era de 193.000 en 1973, y de 218.000 en 1975. El informe Fase II del Plan de Desarrollo Urbano (1974) muestra cómo el déficit llegó en 1972 a las 211.526 unidades (Janssen, 1984: 68). Ambas fuentes nos muestran como más alarmante el problema habitacional de las familias populares.

Solucionando el problema por sí mismos

1. La consecución del terreno