A todas las personas con las que he compartido buenos momentos en el monte, porque cada una de ellas, a su manera, ha inspirado este libro:
Patricia Zabal • Claudia y Pablo Garbizu • Claudio Rubio • Ketxus y Gerardo Lekuona • Mikel Zabal • Juanillo Martínez • Ainhoa Sánchez • Gerardo Zabal • Mikelón Zabal • Ruth Hernández • Lluís Amiguet • La Pikarra y en especial a Iñigo Ibarra, que me introdujo en este maravilloso grupo • Ixo Garmendia • Sara Aranzabal • Enrique Martín • Luis Galarza • Coco Itarte • Felipe Uriarte y el equipo de Mendiak&Herriak • Manu Aierdi • Joaquín Moncó • Iñaki Azpiroz • Edu Cemborain • Jota’s Arregui • Joseja Eseverri • Fito Ripa • Mari Ábrego • Nani Duró • Òscar Cadiach • Fredy Binner • Filibert Durán • Àlex Amat • Javier y Borja Arrúe • Marijo e Iñako Gabaráin • Iñaki, Iñigo y Eli Unanue • Thomas Huster • Miquel Riera • Carlos García • Enrique Cendoya • Fernando Caballero • Rafa Pérez de Olarra • Julián y Álvaro Matilla • Idoia Garmendia • Juan Balda • Ángel Grijalba • Txetxo Echevarría • Begoña Iturrioz • José Luis Unzurrunzaga • Juanjo, Rosa y Maribel Beunza • Mon Fernández Dans • Xabier Izaguirre • José Luis Paulín • Carlos Villar • Imanol Yarza • Club Vasco de Camping y, en especial, a Jesús Mª Alquézar • Al grupo del trekking al remoto valle del Zanskar (India) • Al grupo de la travesía en los Alpes 2002 • A los foreros de mendiak.net
También quiero mostrar mi agradecimiento a Julio Villar por haber tenido la amabilidad de prologar este libro, a José Luis López de Zubiría por la estupenda fotografía que me hizo y a Juanma Sotillos, Txema Garay, Begoña Minguito, Lluís Amiguet, Juan Mari Feliu, Txomin Uriarte y Luis Alejos por acompañarme en las presentaciones del libro en ciudades de todo el país.
Si he omitido sin querer a alguien, desde aquí le pido sinceras disculpas.
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Monterapia
Cuesta
arriba
se piensa
mejor
Juanjo Garbizu
Primera edición: octubre de 2012
Segunda edición: enero de 2013
Tercera edición: abril de 2013
Primera edición digital: mayo de 2013
© Juanjo Garbizu, 2013
© de esta edición:
Editorial Diéresis, S.L.
Travessera de Les Corts, 171
08028 Barcelona
Tel: 93 491 15 60
info@editorialdieresis.com
ISBN: 978-84-938702-9-4
IBIC: VSZ, WSZG
Depósito legal: B-27204-2012
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¿Cómo se puede explicar a la gente que no ha subido en su vida a una montaña, por muy baja que sea, lo que ocurre allí arriba?
Erhard Loretan
Montañero suizo
Cuando hace más de diez años se lanzaron las primeras cámaras de vídeo compactas, me hice con una. En mis excursiones por la montaña llegó a convertirse en un objeto tan necesario como las botas o la mochila.
Fui grabando vídeos por montes de todas las alturas y de todos los lugares. Cuando el ADSL comenzó a extenderse por muchos hogares, creé con todo mi material audiovisual la web mendivideo.com. Con ella aporto mi granito de arena a la ingente cantidad de información que sobre la montaña se genera continuamente en la red.
Cuando se me ocurrió la idea de escribir este libro, pensé en aprovechar el importante volumen de imágenes que había grabado para crear pequeños vídeos que, de alguna manera, viniesen a complementar el texto. Piezas breves que, gracias a la fuerza de las imágenes, la voz y la música, sintetizan el mensaje fundamental de los diferentes capítulos.
La forma más rápida y cómoda para poder visionar los vídeos desde un libro es con los códigos QR para móviles, que se utilizan ya en publicidad. Así que propuse a los editores de Diëresis que creásemos un libro videoilustrado, un concepto bastante novedoso en el mundo editorial. Enseguida se mostraron entusiastas con mi idea, y el resultado es el que tienes en tus manos.
Al final de todos los capítulos pares del libro encontrarás la imagen de un código QR. Si cuentas con un móvil (del tipo smartphone) o con una tableta, tan solo debes descargarte una de las aplicaciones existentes para leer códigos QR (si es que no la tienes ya). Algunas de las principales que se usan hoy en día son Barcode Scanner para Android y NeoReader o BIDI para iPhone. Una vez tengas abierta la aplicación, has de capturar cada código mediante la cámara. La aplicación lo escaneará y enlazará automáticamente con el vídeo de Internet, que se reproducirá inmediatamente en tu móvil o en tu tableta.
En caso de que no dispongas de ninguno de estos dispositivos móviles, debajo de cada código del libro encontrarás una dirección web. Basta con que teclees dicha dirección en el navegador de tu ordenador para poder ver los vídeos.
Captura este código QR para ver el vídeo
introductorio de Monterapia
Bastaron dos encuentros fortuitos para que Juanjo Garbizu me pidiera que prologara este libro. Sucedió en la montaña, las dos veces en el camino de bajada de una cumbre. Un cruce de palabras amistosas y cómplices a modo de saludo, una conversación mínima entre dos respiraciones que casi pareció un mantra tibetano, estuvieron en el origen de todo. Fue un chispazo de simpatía, como una pulsación diferente en un momento en el que el corazón se relaja.
Luego, unos meses más tarde me llamó y vino la proposición. Hubo suerte, ya que por aquellos días me encontraba en Donosti.
Juanjo Garbizu es de los que abordan las cosas directamente, sin miedo a un posible batacazo. Es de los que se atreven a decir, a pedir como solo lo hacen algunos niños…. Grandezas de las almas que todo lo prueban. Y como el mundo es de los que se atreven, aquella tarde yo me fui con el manuscrito bajo el brazo camino de casa. Una sensación de sorpresa y de perplejidad me hizo empezar a leer estas páginas.
Naturalmente no llegué a casa, porque al momento, apartándome de mi camino, me dirigí hacia un parque en donde, sentado en un banco, comencé a libar —como un abejorro— entre aquellas misteriosas páginas.
Todo era nuevo para mí: el tono, los colores, la forma de expresarse. No sabía lo que tenía entre las manos. ¿Un relato? ¿Unos cuentos? ¿Un ensayo?
Pronto me perdí en aquella selva de ideas, de sugerencias, de toques de atención. Estaba tan sorprendido por lo que leía como por la persona que me había entregado aquella carpeta.
A modo de sucesivas exposiciones, las cosas pequeñas, los detalles, los pensamientos, las experiencias, se iban colocando una tras otra en las páginas de este libro que a mí me recordó, desde un principio, los de aquellos pensadores germanos que todo lo miraban, que todo lo destripaban, intentando llegar al porqué de cada cosa.
Al cabo de pocos días comencé a escribir este prólogo. Me encontraba ante un trabajo exhaustivo, inusual, escrito con el entusiasmo que solo mi nuevo amigo podía desarrollar. Por lo que vi, el autor lo quería revisar todo: la poesía limpia de las pequeñas cosas, los sentimientos, la ética, la soledad, las prisas, la solidaridad, sus experiencias, las argucias y técnicas que todo montañero debe desarrollar. Y naturalmente, el uso de la tecnología moderna adaptado al medio natural. ¿Sabemos utilizar la tecnología sin convertirnos en sus esclavos? A través de su uso excesivo, ¿no estamos dejando de lado, sin darnos cuenta, las cosas esenciales?
Lo menos que se puede decir es que el mundo de la montaña necesita una llamada de atención, un pequeño tirón de orejas. Y este tirón de orejas debe hacerse con humor, con socarronería, que es lo que no falta en este libro.
En la actualidad, el triunfo parece asignatura obligada en nuestra sociedad y, de una forma u otra, siempre está asociado a lo mediático: nada vale si no sale en los periódicos, o en la televisión, o si no rompe esquemas en las pantallas de Internet.
Y la montaña, una actividad que había nacido con vocación romántica, intimista, poética, libre, casi sagrada, no ha sabido escapar de todas estas influencias y se ha convertido últimamente en un espectáculo, en una extraña moda en la que no podían faltar ni los patrocinadores ni las banderas.
Coleccionistas de ochomiles han llenado el Himalaya de montañeros mediocres, personas que ni consideran que en el mundo pueda haber otras montañas, personas que ni valoran el lugar en el que están.
A través de los medios de comunicación las emociones se han convertido en frases estudiadas y escritas para vender algo que casi siempre está vacío o es zafio, cuando no perverso.
La montaña se ha convertido en un mercado de ideas prefabricadas, de productos que se ofrecen igual que, no hace mucho tiempo, se ofrecían espejitos para conquistar al buen salvaje al que se trataba como si fuera tonto.
Ya no hace falta mirar a las estrellas para situarnos en la noche, ni saberse el nombre y las formas de las constelaciones, ni entender cómo se mueven las borrascas, o qué nos dicen las nubes. Ya no es necesario asombrarse ante el paso de las aves migratorias.
Éstas y otras muchas son las reflexiones que encontramos en este libro, cuyo hilo conductor no es nada más que el sentido común.
Aunque… no debiéramos desanimarnos. Pues también es verdad que la montaña está llena de gente que se acerca a ella con humildad e inteligencia.
Ya lo dijo Messner: sobran guías, tendríamos que volver al viejo y hermoso mapa, a la humilde brújula. Si no, ya no habrá lugar en la Tierra para la aventura.
A veces, Juanjo Garbizu se pierde en sus consejos, en sus sugerencias, en sus conclusiones, pero con el encanto de un quijote que quiere arreglarlo todo. En estas páginas, cuando arremete con su lanza contra los molinos de viento, yo estoy con él, cabalgando en un viejo jamelgo e intentando que una cosa tan bella como es la montaña no se convierta en una vulgaridad.
Juanjo desmonta cuidadosamente la caricatura del viajero actual, la del montañero machote que se cree un supermán, la del triunfador de barrio que se pasea orgulloso por la alameda. Y con este libro nos quiere devolver el placer del vagabundeo y de la lentitud.
La tecnología y el progreso nos han dejado solos, perdidos en un universo de posibilidades casi infinitas y que tomadas al azar —además— casi siempre son falsas. Estamos despistados en medio de tanta inmensidad. Lo esencial es algo mucho más sencillo… y es evidente.
Estamos perdidos en un almacén de datos. En dos o tres generaciones hemos cambiado casi todos nuestros gestos milenarios.
Bienvenido sea pues este libro, que nos hará pensar.
Aristóteles y sus alumnos solían dialogar y reflexionar paseando por los jardines de la Atenas clásica, buscando la inspiración en el exterior, mientras deambulaban entre columnas y flores. De ahí viene el origen de la escuela peripatética, que etimológicamente proviene del término peripatein, que se desglosa en peri (alrededor) y patein (deambular). Los seguidores de este filósofo griego, cuyo pensamiento ha influido tanto en las generaciones posteriores, comprendieron que simplemente dejándose llevar por sus pasos, sus mentes reflexionaban mucho mejor.
Podría decirse por tanto que la Monterapia es una revisión actualizada del método peripatético, el cual consigue activar nuestra mente más creativa mediante el simple acto de caminar en un espacio abierto. Si los paseos aristotélicos discurrían por el Liceo o los jardines de la Antigua Grecia, nosotros caminaremos en plena naturaleza, en el monte, ya que éste propicia de una forma rápida y efectiva una especie de regreso al pasado, trasladándonos a un entorno puro y sin contaminar.
¿Monte y terapia? Esto suena un poco fuerte, ¿no? Tranquilo, es tan solo un inocente juego de palabras, un divertimento para expresar un concepto. No trato de competir con psicólogos, psiquiatras o terapeutas de toda índole, nada más lejos de mi intención. No prometo la felicidad eterna. Pero te mostraré una válvula de escape que todos tenemos a nuestro alcance y que puede ayudarte mucho más de lo que imaginas.
Obviamente no he descubierto las cumbres. Las montañas llevan millones de años en la Tierra y son millones las personas que han ascendido a ellas en los cinco continentes, y no por ello decidieron escribir un libro. Tal vez no haya nada nuevo bajo el sol, como afirman algunos escépticos, pero es que a veces tenemos lo más obvio frente a nosotros y no lo vemos, como esas formaciones rocosas que forman parte del paisaje y que probablemente no han espoleado nunca tu curiosidad.
Se ha escrito mucho sobre cómo los valores y las técnicas del deporte de competición pueden ser aplicados al mundo empresarial, sobre todo en los puestos directivos: trabajo en equipo, espíritu de superación, gestión del tiempo, liderazgo, estrategia, objetivos, disciplina, etc.
Este libro no habla del montañismo como deporte y mucho menos de su vertiente competitiva, ni tampoco está dirigido al mundo de la empresa. Su pretensión es muy distinta: lograr que cualquier persona, independientemente de sexo, edad, formación o condición social, se plantee, si no lo ha hecho ya, comenzar a disfrutar de los beneficios de todo tipo que una excursión o un simple paseo por el monte puede ofrecerle.
Por ello no es un libro de ochomiles ni de grandes conquistas. Está lleno, eso sí, de pequeñas conquistas personales: habla de cómo la montaña, cualquier montaña, incluso la más cercana y asequible, puede ayudarte a mejorar tu calidad de vida. Aunque seas una persona que nunca haya pisado más montaña que la montaña rusa de un parque de atracciones.
Tal y como irás descubriendo en estas páginas cargadas de reflexiones, anécdotas y experiencias propias, la montaña tiene mucho más en común con la vida de lo que puedas pensar. Está llena de símiles con nuestra existencia diaria y es una gran fuente de inspiración.
Llevo desde finales de los años 70 acercándome siempre que puedo a ese mágico entorno, beneficiándome de él, incluso en los montes más modestos, cómodos, cercanos y redondeados. Por ello puedo asegurarte que soy un convencido practicante de la Monterapia.
Suelo decir que un día en el monte equivale a dos en la ciudad (por lo menos). Incluso una naranja o un bocadillo saben diferente allí. Cada vez que vuelvo a la montaña no deja de aportarme algo. Siempre es diferente, incluso cuando es la misma.
¿No sientes curiosidad por iniciar esta ascensión conmigo?
No es más quien más alto llega, sino aquel que influido por la belleza que le envuelve, más intensamente siente.
Maurice Herzog
Primer alpinista en ascender el Annapurna
Hasta que cumplí los diecisiete años, las montañas formaban para mí parte del paisaje, de la misma manera que una nube, un trigal o el mar. Una especie de atrezzo natural que contribuía a alegrarnos la vista a los humanos.
Fueron unos compañeros del colegio los que me propusieron acompañarles un día en una de sus salidas dominicales. Al principio me mostré bastante reticente, ya que siempre había odiado las excursiones al monte que el colegio organizaba un curso tras otro. No le encontraba sentido a eso de subir por una cuesta, jadeando y sofocado, para llegar a un lugar donde básicamente no había nada y al cabo de un tiempo, que solía depender del profesor de turno, volver a descender por el mismo camino, para llegar sudorosos y cansados al autobús. Lo único positivo que sacaba de aquellas absurdas experiencias era el interminable baño de espuma del que disfrutaba al llegar a casa y los golpes preocupados de mi madre en la puerta mientras las yemas de mis dedos se arrugaban como pasas.
Tal vez porque estaba próximo a convertirme oficialmente en adulto y mi mente empezaba a aclimatarse a ello o porque mis dos amigos fueron muy convincentes, lo cierto es que finalmente acepté su ofrecimiento. El objetivo era un monte mítico de la zona, el Txindoki o Larrunarri, que para más emoción recibía el sobrenombre de El Cervino vasco. Una conocidísima cumbre de la Sierra de Aralar de algo más de mil trescientos metros de altura.
Para llegar al punto de partida, el barrio de Larraitz, primero tuvimos que trasladarnos en un tren de cercanías hasta el apeadero de Tolosa y desde allí tomar un autobús que trepaba renqueando por las carreteras rurales mientras recogía la leche de los caseríos para una importante empresa láctea.
Desde su base, el Txindoki se me antojó entonces un reto de proporciones colosales, pero al fin y al cabo un reto: una meta cercana y medible, un objetivo asumible y realizable en un espacio de tiempo muy concreto. Una meta que nos costó más de tres horas de esfuerzo alcanzar, ascendiendo por la regata de Muitze, una ruta más solitaria, dura y salvaje que la que normalmente se realiza por Oria Iturri. La sensación desde la cima, conocida popularmente como «el balcón de Gipuzkoa» por su fantástica panorámica, fue una mezcla de emoción y perplejidad.
He regresado a esta simbólica cima más de una docena de veces. Aunque han pasado muchos años desde aquella excursión de novatos, y seguramente el tiempo se ha encargado de enaltecer mi recuerdo llegando a distorsionarlo, esa primera vez, esa primera cima importante, esa primera conquista, siempre permanecerá para mí impregnada de una magia muy especial.
Nos fijamos metas de todo tipo, más cercanas o a largo plazo. Unas a priori bastante asequibles y otras que rayan en la fantasía. Unas dependen exclusivamente de nosotros mismos y de nuestro esfuerzo, otras en cambio están sujetas a terceros y a ciertos condicionantes externos. Metas tan sencillas como las que afloran a principio de año, momento de hacer borrón y cuenta nueva: dejar de fumar, ponerse a dieta, apuntarse a un gimnasio, aprender idiomas, etc. ¿Te suena? Seguro que alguna vez te las has propuesto.
Y nada más satisfactorio que lograr lo que te habías propuesto aunque, sin voluntad de desmoralizar a nadie, las metas antes mencionadas pueden ser de ida y vuelta... ¿o no has oído hablar del efecto yo-yo de esas dietas milagrosas en las que recuperas los kilos tan rápidamente como los perdiste?
Por ello, si buscas una meta muy cercana, gratificante y en la que quede perfectamente definido el objetivo —y por tanto su cumplimiento—, piensa en la montaña.
Iniciarte en ella solamente te reportará ventajas. No me refiero únicamente al aspecto puramente físico —como ejercicio que es te beneficiará—, sino más bien al equilibrio mental que va a proporcionarte en tu vida diaria.
Si nunca has subido un monte, lo primero que lógicamente te preguntarás es si eres capaz. A lo largo de muchos años he visto a personas de todo tipo ascendiendo por montañas muy diversas. Desde atletas con una forma física envidiable hasta personas entradas en carnes, pasando por niños de cinco años y mayores de ochenta. Y en todos los casos hubo un día en que se iniciaron, en que decidieron subir lo que tenían delante, tal vez movidos por la curiosidad o tan solo por las ganas de respirar aire más puro.
Recuerdo encontrarme a un hombre de ochenta y dos años en la arista final del Pic de Ger, una montaña de más de 2.600 metros de altura situada en el Pirineo francés. Era el año 2003 y puedo confirmar su edad porque, para contrarrestar mi incredulidad, tuvo a bien mostrarme su documento de identidad. «Debe de llevar muchos tiempo practicando el montañismo», le dije yo asombrado. «¡Qué va! —me respondió— solo quince». «¿Nada más que quince? Eso quiere decir que comenzó… ¡a los sesenta y siete años!» Por tanto, querido lector, si eres menor de setenta años, ya no tienes excusa. Nunca es demasiado tarde.
En este libro no medimos las montañas por su altura, sino por las satisfacciones que nos proporcionan y, en este sentido, un monte que no llegue ni a los doscientos metros de altitud puede ser una gran fuente de placer.
Precisamente los editores de este libro ascendieron al Ben Nevis, una montaña situada en Escocia que ostenta el título de ser la más alta de todo el Reino Unido, además de ser una de las primeras que se formaron en nuestro planeta. Con sus más de mil trescientos metros sería una importante cima en Gipuzkoa, donde yo vivo, pero en el Pirineo ya no lo sería tanto, en los Alpes menos y no hablemos si la trasladásemos a los Andes o el Himalaya. Pero en el país de la Reina Madre es lo máximo. Para nuestros amigos fue un reto, una experiencia muy enriquecedora y, todo hay que decirlo, también dura, ya que la ascensión se inicia prácticamente al nivel del mar. Pero ellos se marcaron una meta y la consiguieron. Imagino su satisfacción en la cumbre, fotografiándose junto a un glaciar, esa sensación única que te embarga cuando estás en lo más alto.
De todas formas, lo importante, lo verdaderamente crucial para practicar la Monterapia es acercarse al monte, tener una toma de contacto real con él. Y cualquier montaña, por pequeña que sea, sirve para comenzar a beneficiarte de todo lo que este medio te puede ofrecer. Por ello el título de este capítulo: el tamaño no importa.
Aunque curiosamente en esta sociedad tan competitiva que vivimos, incluso en la montaña —un lugar donde a priori uno se relaja y busca desconectar del ritmo diario tan trepidante— muchas personas piensan todo lo contrario a lo que dice el título: a ellos el tamaño sí les importa y mucho. De la obsesión competitiva de nuestra sociedad nace esa fijación por conquistar las cimas más altas y renombradas de cada zona.