EDICIONES UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE

Vicerrectoría de Comunicaciones

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Relatos de inclusión en la UC

Pontificia Universidad Católica de Chile


Equipo Dirección de Inclusión UC:

Catalina García Gómez

Nicole Denisse Suid Gática

Yael Tilteman Naussau

María Macarena Soledad Cabezas Bello

Evelyn Sepúlveda Márquez

Beatriz Santelices Cevallos


© Inscripción Nº 309.672

Derechos reservados

Octubre 2019

ISBN Edición impresa Nº 978-956-14-2465-4

ISBN Edición digital Nº 978-956-14-2466-1


Diseño: Francisca Galilea


Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com


CIP-Pontificia Universidad Católica de Chile

Relatos de inclusión en la UC / editores Constanza Guzmán [y otros].

1. Comunidad UC (Chile).

2. Educación inclusiva – Chile.

2019 378.198 + DDC 23 RDA

CONTENIDO

PRESENTACIÓN

AGRADECIMIENTOS

PRÓLOGO


ESTUDIANTES

1. Todas íbamos a ser reinas

2. La gramática de la inclusión

3. El viaje

4. Choque de dos mundos

5. De vulcano

6. Normalidad

7. Un nuevo comienzo

8. Aquí empiezo

9. Una alarma en medio de la nada

10. ¿Quién soy? ¿Quién eres?

11. La Carmela, del Carmela a la PUC

12. Desde Isla Huar al gran Santiago

13. Es gracias a la Dirección de Inclusión

14. Todos tenemos lugar

15. Al bajar las murallas

16. Sobre cómo la inclusión cambió mi vida

17. ¿Límites?

18. Huellas

19. Entre nosotras, ahí está la clave

20. Suspensión

21. Viviendo en Chile

22. Estereotipos

23. Thunderclouds

24. Pasan qué cosas

25. Gratis

26. Sin título


ACADÉMICOS

27. Un milagro: la silla con alas para volar

28. A propósito de una experiencia de deficiencia visual no convencional

29. Escuchar


FUNCIONARIOS

30. Otra forma de inclusión

31. Todo incluido

32. El sueño de Rubelis

33. La inclusión es un hábito que necesita práctica

34. Cada mañana entro al campus

35. ¡Gracias, José Ignacio!

36. Camino a casa

37. Mi compañera, la hipoacusia

38. Una vista desde mi ventana


EXALUMNOS

39. Dando a luz a una nueva UC

40. Rompiendo vidrios: un ramo fuera de la malla

41. Desde un polvoriento patio provinciano al campus San Joaquín

42. Dios proveerá (Jah-Jireh): relato de mi inclusión en la UC (1997-2005)

43. La difícil tarea de salir adelante

44. Reflexiones sobre la inclusión

45. Cristal de realidad

46. El profe del sábado

PRESENTACIÓN

Relatos de inclusión en la UC es una iniciativa llevada a cabo por la Dirección de Inclusión de la Vicerrectoría Académica que refleja el espíritu de diálogo y apertura de la Universidad para dar espacio a las distintas voces que son parte de la comunidad UC. El proceso de relatos de inclusión narrado en el prólogo y las historias aquí contadas son una manera de recoger de forma concreta ejemplos de aquello que hemos estado promoviendo en estos años a través del plan de desarrollo.

La Universidad valora la riqueza de la diversidad y busca que todos puedan participar de forma equitativa y plena, lo que se logra con la colaboración de todos los actores que forman parte de la institución. Queremos una UC que abra caminos a la inclusión y que también pueda formar personas que la promuevan en la sociedad. La UC es mejor con todos, tal como se puede leer en cada uno de los relatos de este libro.

Agradezco a los participantes de esta convocatoria por haber plasmado en un relato sus vivencias, que son parte de la historia de la Universidad. También quiero destacar lo valioso de haber contado con la participación de todos los estamentos que conforman la UC: estudiantes, exalumnos, académicos, profesionales y administrativos.

Esperamos poder seguir recogiendo este tipo de historias, que nos enorgullecen como institución y que nos demuestran la importancia de seguir trabajando con la comunidad y movilizando nuestra cultura para que sea cada vez más inclusiva.



Ignacio Sánchez Díaz

Rector

Pontificia Universidad Católica de Chile

AGRADECIMIENTOS

Relatos de inclusión en la UC fue posible gracias a la dedicación de los y las autores que participaron en esta convocatoria, y que representaron a cada uno de los estamentos convocados: estudiantes, académicos, funcionarios y exalumnos de la UC. Sus historias nos confirmaron una y otra vez que la inclusión es un tema que debe ser hablado dentro de nuestra universidad. A nuestros queridos editores, Constanza Guzmán, Claudia Masihy, Cristóbal Poblete, Sebastián Gómez y Vladimir Ramos, quienes, con empatía y profesionalismo, apoyaron el proceso de reescritura de los relatos. Gracias a su trabajo, este libro ha logrado reflejar la grandeza de las experiencias que lo conforman.

Agradecemos también a los miembros del Comité: Ester Prado (estudiante y representante FEUC), Alejandro Carrasco (académico y Director del CEPPE UC), Lucina Malaver (funcionaria y Jefa de Bibliotecas Lo Contador), y Silvana Arriagada (exalumna, docente de Letras y de la nivelación PACE UC); quienes, con gran esmero y voluntad, se empaparon de cada relato y dedicaron su tiempo en la selección de las menciones que componen este libro.

A Bernardita Ojeda y Antonia Roselló por sus bellas ilustraciones, las mismas que hoy son parte de este libro. A Ediciones y Librerías UC por su apoyo en la edición de tan esperado lanzamiento. A los ayudantes que nos apoyaron en difusión, Vicerrectoría de Comunicaciones, Bibliotecas UC, Dirección de Infraestructura y Administración de los Campus de la UC, Dirección de Personal UC, Dirección de Desarrollo Académico y Dirección de Asuntos Estudiantiles, unidades académicas, movimientos y organizaciones de representación de la UC como la FEUC, Centros de Estudiantes, el MAFI, y a la Organización de madres y padres de la UC.

A los profesionales de la Dirección de Inclusión que formaron parte de este proyecto: Catalina García, Evelyn Sepúlveda, Beatriz Santelices, María Ignacia Durán, Nicole Suid, Yael Titelman, María Macarena Cabezas, Víctor Silva y profesionales que colaboraron con sus recomendaciones, Andrea Vásquez, Daniela Reyes y Victoria Ramírez. Así mismo, a aquellos profesionales que hoy no están en la UC, pero que durante su estadía dedicaron tiempo y arduo trabajo a este inspirador proyecto: Daniela Ramos y Camila Meyer.

Finalmente, agradecemos a nuestro Vicerrector Aca­démico, Juan Larraín, quien apoyó este proyecto desde un inicio y nos ha incentivado a llevar a cabo iniciativas que permiten reconocer la riqueza de la diversidad y el valor de la inclusión en la UC.

PRÓLOGO

Las historias de inclusión que se presentan en este libro son el resultado de un largo, arduo e impredecible proceso que comienza como un llamado abierto a toda la comunidad UC para compartir experiencias de inclusión vinculadas con nuestra universidad. Poder leerlas hoy en este libro es tremendamente emocionante, permite conocer vivencias que han ocurrido en nuestra institución y compartir las emociones que ellas conllevaron, además abre un espacio inesperado y muy valioso para recordar una de las cosas más bonitas y relevantes de lo humano: la importancia y la diferencia que puede significar el encontrarse con otros, conocer a otros y darse a conocer.

La convocatoria de relatos de inclusión, realizada el 2018, fue una apuesta con la intención de recoger experiencias e historias reales de inclusión vividas en la UC y contadas por sus protagonistas. No sabíamos qué historias serían relatadas, pero teníamos la convicción de que en la UC hay historias de inclusión que merecen ser contadas y por tanto se abrió la convocatoria bajo el lema “en la UC hay historias de inclusión, cuéntanos la tuya”, y comenzamos la difusión con el apoyo de la Vicerrectoría Académica y de muchas unidades, movimientos y organizaciones de representación de los diferentes estamentos de la UC.

Esta iniciativa es una acción que busca movilizar la cultura UC para promover cambios que la lleven a ser cada vez más inclusiva, desde la certeza de que una universidad con todos es una mejor universidad, pues permite que la experiencia universitaria ofrezca posibilidades de conocer a otros, enriqueciendo las vivencias personales para, de este modo, colaborar con la construcción de una mejor sociedad. La universidad puede ser un espacio donde aprender y practicar una forma respetuosa de comunicación y diálogo con las diversas personas que la conforman, para buscar en conjunto, y de forma proactiva, respuestas creativas y efectivas a problemas y necesidades de nuestro país.

La motivación inicial de esta convocatoria tenía relación con dar a conocer estos relatos, aprender de ellos y descubrir qué generaba en nuestra comunidad un llamado como este; y si bien fue posible dar respuesta a esta inquietud, la iniciativa significó muchísimo más que eso. Los relatos demoraron en llegar. Tuvimos días de angustia por la sensación de “fracaso” del llamado, hasta que llegó ese primer escrito que nos hizo sentir un alivio difícil de describir, y desde ese momento recibimos muchos más relatos escritos por estudiantes, académicos, administrativos, profesionales y exalumnos de la UC. Efectivamente, en la UC había historias de inclusión y muchas personas con ganas de contarlas. Algunas de ellas estaban dudosas de participar por temor a no hacerlo bien, aun cuando se intentó transmitir que esta convocatoria buscaba historias y no grandes habilidades de escritura. Para motivar la participación de todos, ofrecimos un taller para que, en compañía de otros, se pudiera expresar la vivencia que se buscaba contar, y ello permitiera darle forma escrita para ser compartida. Esa instancia no solo fue muy apreciada por los potenciales autores y autoras de los relatos, sino también por quienes guiaron dicho taller. Seguíamos sorprendiéndonos. Una vez recibidos los relatos, y en el proceso de confirmación de la recepción a cada uno de los participantes, nos encontramos con personas tremendamente agradecidas por el solo hecho de que alguien haya leído su historia, lo que nuevamente fue algo inesperado y muy gratificante.

Los autores y las autoras de los relatos fueron valientes. Muchas de las historias que leímos no solo cuentan algo que ocurrió, sino que exponen vivencias personales que, en varios casos, no habían sido contadas y que fueron compartidas con algo de temor, con la intención de agradecer, con la motivación de que las cosas sigan cambiando, con la convicción de que será positivo, como un gesto sanador, etc. En cada una de las historias hay una persona que estuvo dispuesta a dar a conocer algo propio, algo personal, algo removedor. Que sean historias de inclusión significa que están llenas de humanidad y por tanto se constituyen de aspectos alegres, dolorosos, indignantes y esperanzadores; reflejan la esencia de la verdadera inclusión, es decir, los procesos entre personas y grupos que bajan las barreras para que todos y todas podamos pertenecer, ser acogidos y ser sujetos de acogida al otro. Todas y cada una de estas historias forman parte de nuestra comunidad, van dando forma a nuestra identidad y conocerlas nos enriquece.

Los protagonistas no siempre fueron “sujeto” de un acto inclusivo, o gestores de una acción inclusiva, sino también personas positivamente impactadas por alguna experiencia de inclusión que apreciaron como observadores o participantes indirectos. A través de los relatos que muchas personas quisieron compartir se descubren diversas aristas de la vida en común en la UC, espacios que a veces son poco conocidos, gestos, personas, instancias que han hecho una diferencia importante en la vida de alguien, y nos ofrecen una recopilación de experiencias de las que podemos aprender muchísimo, una posibilidad de valorar o revalorar conductas y espacios de interacción que a veces creemos invisibles o insignificantes.

El equipo detrás del proyecto ha sido un elemento fundamental. Relatos de inclusión en la UC no fue un objetivo específico por el que íbamos a responder dentro de un plan de trabajo, sino más bien fue una idea que, al alero de nuestra misión como Dirección de Inclusión de la UC, llevamos a cabo uniendo motivaciones personales, las que a su vez contaron con el importante apoyo del Vicerrector Académico, Juan Larraín, quien acogió con entusiasmo y rigurosidad diversas propuestas para implementar iniciativas que permitan reconocer la riqueza de la diversidad y potenciar una cultura de inclusión en la UC.

Destacamos la colaboración de los editores que acompañaron a cada autor en un trabajo cuidadoso y comprometido con la premisa que guiaba el proceso de edición de los relatos: ayudar a una buena transmisión de la historia, respetando las voces de los autores y buscando ser fieles a su manera personal de comunicar su experiencia. Por otra parte, se contó con la agudeza y el aporte de un comité que leyó con dedicación y respeto cada uno de los relatos, para poder destacar algunos aspectos de estas historias. Su sensibilidad y su compromiso con nuestra universidad no solo permitó asignar algunas menciones, sino que nos llevó a apreciar desde nuevas aristas las diferentes historias y la relevancia de ellas para nuestra institución.

Relatos de inclusión en la UC es un ejemplo de verdadero trabajo en equipo, una creación colectiva que fue tomando forma en el camino y que, más allá de cumplir los pasos para sacar adelante el proyecto definitivo, significó muchas tertulias sobre inclusión, admiración por muchas personas que no conocemos, movilización de sueños y aspiraciones sobre este tema en la UC, también ideas sobre una segunda convocatoria de Relatos de inclusión en la UC pero, sobre todo, unas enormes ganas de revelar estas historias a otros… quizás más que ganas, una sensación de necesidad o deber de que estos relatos sean conocidos. Este libro es la manera de plasmar aquello y ofrecer la posibilidad de compartir los relatos con todos.

He leído los relatos una y otra vez: al recibirlos, al organizarlos, al acompañar al comité para definir las menciones, al aportar a la edición del libro; y cada vez que lo hago siento una emoción enorme. Me pongo en el lugar de quienes están contando esa historia, me asombro con las cosas que otros han hecho por encontrar un lugar o por acoger a alguien. Me siento orgullosa de pertenecer a esta comunidad UC y con más motivación aún para seguir haciendo nuestro trabajo, mejorarlo, enriquecerlo. Ya es tiempo de que estas valiosas historias sean conocidas e inspiren a muchos más a ser agentes activos de inclusión de nuestra comunidad UC en constante aprendizaje.



Catalina García Gómez

Directora de Inclusión UC

1. TODAS ÍBAMOS A SER REINAS

María Rimbaud
Estudiante Pregrado
Mención Talento Narrativo Estudiante



Los primeros días de clase, esos cinco años estudiando Pedagogía, las observaba. Al grupo de amigas rubias. Aprovechaba de hacerlo, me llamaban la atención. Tal vez porque siempre llegaban todas el primer día y hacían más ruido, o tal vez porque estaban aún más a la moda que el resto de los días del año. Cabellos largos, definitivamente envidiables, era algo en lo que me fijaba bastante. Lisos u ondulados, tan bien cuidados. De la sala de clases al baño, del baño al patio de la Virgen. Del patio de la Virgen a la sala de clases y finalmente de la sala de clases al auto de la Jesu, podía ser alguno de sus recorridos, siempre juntas, siempre conversadoras, entusiastas y vociferantes.

Pero entre ellas, había una compañera que me llamaba aún más la atención. La Tere. Para mí era la más linda, y claro, la más taquillera. Pantalón pata de elefante, collar de plata, chalas altas terraplén y blusa holgada blanca con el hombro descubierto, podía ser alguno de sus atuendos en los días cálidos. Era verdaderamente una preciosura.

La recuerdo saludando efusivamente esos primeros días a sus amigas, intercambiando información con ellas sobre las fenomenales vacaciones, los romances con los minos, los viajes fuera de Chile y los panoramas para el fin de semana.

–¡Te mueres con quién me encontré en Zapallar! –contaba la Tere.

¿Con quién? –respondía la Jesu.

–El viernes, ¿vas al cumple del Vicho? –preguntaba la más rubia.

–Sí, pero primero nos vamos a juntar con la Nacha, a hacer el pre en la casa de la Isa –respondía la menos rubia sin mirarla, mientras escribía en su celular a la velocidad de Speedy González.

Recuerdo que el primer día del cuarto año de Pedagogía, hubo un gran alboroto. Entre risas, abrazos y gritos, todo el mundo felicitaba a la Tere, porque se había casado en las vacaciones con un joven egresado de Ingeniería de la Católica. Alcancé a ver su anillo cuando caminaba hacia la sala de clases, una gran piedra azul, preciosa. Posteriormente, el primer día del siguiente año, nos enterábamos de que estaba embarazada de cuatro meses, y bueno, como siempre, se veía bellísima con su largo vestido verde y su perfecto cabello largo.

También recuerdo que ese mismo año ocurrieron cosas terribles. Por ejemplo, en España, cinco machos, más conocidos como “La manada”, violaron a una chica de 19 años. También se supo de artistas que golpeaban a sus novias, de directores de cine y actores que se aprovechaban de su poder para abusar de menores de edad y de jovencitas. A raíz de este y otros sucesos, en varios países, incluido Chile, miles de mujeres salieron a la calle a protestar. Pidiendo respeto, hartas de escuchar sobre este y otro tipo de abusos. Fueron muchas las gotas que rebasaron el vaso.

En medio de la contingencia, mi profesora le permitió a nuestro curso posponer un trabajo, para que pudiéramos asistir a las marchas y a las actividades reflexivas a realizar en la Universidad durante el paro estudiantil, si así lo deseábamos. Pero ni bien terminó de proponérnoslo, la Tere le dijo a la profesora y al resto del curso, que no quería posponerlo, porque podía significar que el semestre se alargara y ella tenía programado un viaje fuera de Chile a fin de año.

Finalmente, con el resto del curso terminamos la clase discutiendo sobre la utilidad y validez del paro estudiantil. Algunas estaban de acuerdo y a otras no les parecía la forma adecuada de llevar adelante el asunto, y claro, entre ellas estaba la Tere:

¿Por qué siempre quieren parar las clases? ¡Se tomaron casa central! La mayoría queremos estudiar y con los paros no se puede. En el fondo son excusas para flojear y capear clases. Además, no sé, no las entiendo, yo nunca me he sentido insegura frente a un hombre.

Me dio tanta rabia lo que dijo la Tere. Primero me sentí como una tonta. Yo sí me he sentido así frente a un hombre. Tengo un problema de seguridad, pensé. Pero después sentí que ella solo estaba pensando en sí misma y me dio mucha rabia. Ese día yo andaba con un poemario de Gabriela Mistral. Lo había pedido prestado en la biblioteca, porque sentía que no sabía nada sobre la única poeta mujer Nobel de Chile. Quería conocerla más. Cuando salimos de la clase, me fui leyendo uno de sus poemas en el metro:


“…lo decíamos embriagadas

Y lo tuvimos por verdad

Que todas íbamos a ser reinas

Y que llegaríamos hasta el mar”.


El poema se llama, “Todas íbamos a ser reinas”, y estos versos me entristecieron. Lo sentí por Gabriela Mistral, porque inferí que esa señora quería que todas viviésemos como reinas. ¿Y vivimos todas como reinas? ¿Vive la niña violada de 19 años como una reina? ¿Vivió como reina Gabriela Mistral? Después de todo, siempre que la veo en fotos, se ve como una señora afligida. También lo sentí por la Tere, porque, ¿qué significa vivir como una reina realmente?

A mí me parece que la metáfora que emplea, alude a vivir siendo la mejor versión de una misma. Esto significa vivir con los ojos abiertos. ¿De qué sirve vivir una gran vida si mis ojos están vendados? Ser incomprensiva con la inseguridad que puede sentir una mujer en determinadas circunstancias frente a un hombre, es una venda. Vivir creyendo que lo único que importa es lo que yo quiero y lo que quieren mis cercanos, es una tremenda venda, porque una reina es ante todo libre. Una reina es ante todo una mujer con los ojos abiertos. Así lo creo yo. Así lo vivo yo.

Después de un largo recorrido, pude finalmente terminar mi carrera de Pedagogía y no vi más a la Tere. En persona, digo, porque, muy buena onda, nos seguimos en Instagram. Pasó que al final del año en que terminamos la carrera, ella sí pudo realizar el viaje del que habló en clases, porque recuerdo que esos días subió una foto en la que aparecía junto a su marido y de fondo, un paraje de ensueño. Recuerdo que vestía un vestido largo calipso, con escote en v que combinaba perfectamente bien con su cabello y su piel tostada por el sol. Para qué decir cómo se veía, preciosa, decir eso es poco, se veía bellísima.

2. LA GRAMÁTICA DE LA INCLUSIÓN

Nayareth Pino
Estudiante de Pregrado
Mención Historia de mayor impacto



Todo tiene un orden, un lugar, un principio y un final. Sujeto, verbo, objeto. Inicio, desarrollo, desenlace. Bachiller, licenciado y profesional. Los profesores hacen sus clases en las salas y los estudiantes van, eligen un banco y se sientan a recibir esa clase. Los semestres avanzan y el orden parece ser el mismo. ¿Pero qué sucede cuando algo te pasa y ya no puedes seguir yendo a clases de la forma en que lo hacías antes? ¿Existe un orden que comprenda la particularidad de eso que te sucede? ¿Qué pasa cuando alguien ya no puede seguir ese orden, tiempo y lugar? Cuando encontrar respuestas es difícil, cuando la experiencia humana, por amplia, se torna inasible, es bueno partir contando la propia experiencia. Si esa experiencia funciona como un fractal de la realidad, será maravilloso; si no, será aun mejor, porque movilizará una nueva realidad. Un nuevo orden.

Cuando entré a Letras el año 2009 tenía ciertos miedos. Mi escolaridad la viví fragmentada innumerables veces por las cirugías reconstructivas maxilofaciales a las que me debía someter. Faltaba la mayor parte del tiempo a clases, pero gracias a mi militancia en la ñoñería nunca me vi perjudicada por eso. Sin embargo, sabía que en la Universidad las cosas serían distintas, porque en la Universidad nadie te espera, en la Universidad todo es hostil, decían algunos de mis profesores de media para asustarnos.

Para julio de ese año estaba programada una de las cirugías más grandes de mi vida, una cirugía que tenía muchos riesgos y que no me aseguraba un tiempo estimado de recuperación, por lo que todo era incierto. Cuando me operaron en julio, todo lo que podía fallar falló. Se fue el mes de agosto y septiembre, y yo no estaba en condiciones de volver. Mis doctores me sugirieron congelar, pero yo no quería alejarme ni un mes más de esa carrera que había elegido contrariando incluso a mi profesora de Lenguaje. Decidí, una vez más, nadar contra la corriente y retomar los estudios en octubre. La dirección académica de Letras, que había estado atenta a cada uno de mis progresos post-cirugía, comprendió lo que ni mis doctores, ni mi familia pudieron entender: el anhelo por pertenecer. Porque aprender no es más que eso, en muchas ocasiones.

Me quedé con dos ramos: gramática II y literatura universal II. El ramo más difícil de primer año y el más entretenido, respectivamente. Como la cirugía había comprometido mis caderas, caminaba con dificultad, por lo que me acompañaba mi mamá a las clases. Recuerdo la genuina preocupación de Rubí Carreño, la profesora de universal II, su facultad para encontrar y valorar los talentos de sus estudiantes, por mirar a los ojos y comprender las historias que habían dado origen a esos talentos. Especialmente, recuerdo las clases de gramática con la profesora Marcela Oyanedel. Si bien se me han olvidado los tipos de cláusulas oracionales, o incluso qué tipo de “se” usé para decir “se me han olvidado”, hay algo que, una vez aprendido, no se olvida.

Si tomáramos a un estudiante de primer año de Letras y le dijéramos que va a faltar a más de la mitad de las clases de gramática II y que aun así llegará a fin de semestre comprendiendo todo lo que tiene que saber, diría que es imposible. Y claro que tendría razón. Eso lo tenía claro en ese momento, así como también lo tenía claro la profesora Marcela. ¿Qué tenía que pasar para salir airosa de ese ramo? ¿Qué pasó en ese año 2009 y que me motiva a contarles este relato? La respuesta a esa pregunta es aquello que no se olvida, porque la respuesta es una alteración al orden usual de hacer Universidad. La profesora Marcela decidió modificar el tiempo y el espacio que tenían sus clases de gramática y abrir su oficina para mí. No hablo de estar disponible para dudas o consultas, hablo de transformar su oficina en una sala de clases en la que me enseñaría a analizar oraciones, en la que me diría que me estaba equivocando al identificar los complementos directos, en la que me ayudaría a comprender la lengua.

Dentro de una frase cada palabra tiene un significado operando y un orden que tiende a repetirse. La gramática es la búsqueda de ese orden, es encontrarle un sentido a cada palabra que conforma un enunciado, es reconocer que para encontrar ese sentido es necesario comprender cada palabra, su origen, su función, lo que tiene para entregar. Las personas, al igual que las palabras, necesitamos de las otras para construir significados. Somos en relación a otro. La inclusión no es otra cosa que querer crear con el otro. Crear, por ejemplo, una frase, que esa frase necesite de otra, que se le añadan complementos, que se requiera de otras palabras para nombrar lo ya nombrado, reconocer que, si bien esas palabras son distintas, tienen algo en común, tienen afinidades. Encontrar el orden es encontrar la forma de relacionarnos. Mi experiencia con la profesora Marcela me enseñó eso. Hablo de crear una gramática, la gramática de la inclusión.

3.EL VIAJE

Benjamín Fuentes
Estudiante Pregrado
Mención Historia de mayor impacto



Hola, me llamo Benja Fuentes. Tengo 21 años y estudio Dirección Audiovisual en pregrado. Desde hace un año soy parte del programa PIANE UC, en el cual el apoyo académico es primordial para mi buen desarrollo laboral.

Soy una persona que no le ha tocado una vida fácil. Cuando comienza la vida uno no sabe nada sobre el destino que le depara. Tampoco te enseñan a ser parte de un grupo. Mucho menos a buscar la manera para poder ser uno mismo. Así es todo lo que me ha ocurrido.

A los 11 años me diagnosticaron con algo que, honestamente, cambió mi vida, pero en ese momento nunca supe cuán relevante iba a ser para mi presente. Dios sabe por qué. Si han oído hablar sobre el TEA (Trastorno del espectro autista), yo estoy dentro de ese mundo. Me diagnosticaron Síndrome de Asperger. Pero como dije, a esa edad era algo que no tenía ningún peso importante. Seguí con mi vida y pensé que nada malo podía pasar. Estaba equivocado.

Desde antes de los 11, sufrí bullying y marginación social por parte de mis pares en el colegio. Mis compañeros no entendían por qué era tan explosivo cuando decía algo, por qué tenía buenas notas, por qué había alguien tan extraño en su mundo. Parecía que el Asperger no era nada, es decir, no era importante porque no existía. También, porque antes de los 11 no creí que eso fuera importante. Para mí era normal.

El 27 de febrero del 2010 lo tomé como una fecha importante para mí. Fue uno de los peores años de mi vida. Entré en la adolescencia y descubrí más sobre mí. Eso lo noté más cuando fui rechazado por una niña por primera vez en mi vida, cosa que me ha pasado ya nueve veces hasta hoy octubre de 2018. Siento mucha rabia al recordar que aún me siento ese infeliz niño enfermo que nadie quería, que miraban en menos y que sus padres encerraban en una burbuja llamada comodidad.

Pienso si lo que describí anteriormente expresa la verdadera furia que siento, y me doy cuenta de que no. Todo eso es la punta del iceberg de mi angustia. Desde entonces, mi fe ha ido muriendo: no confío en mi entorno, no quiero saber nada sobre el caos en el mundo. Tampoco he querido ir a las reuniones de curso de básica y media. Mi odio al mundo es tan grande que muchas veces he querido atentar contra mi vida y contra la de los demás, incluso por cosas tan minúsculas.

Muchas niñas me han dicho que no. Todas ellas tal vez porque no podía lidiar conmigo mismo. Es un dolor tan fuerte que no sé si seré capaz de aguantarlo otra vez. La última vez fue cuando salí de cuarto medio. Era mi mejor amiga y recuerdo que esa vez grité y grité y quería desaparecer. No confiaba ni siquiera en el apoyo de mis padres. Quería morir. Quería que un tren me arrollara, caer desde una pasarela peatonal, que un perro me mordiera, que algo pasara para desaparecer, porque sabía que era un estorbo para todos, era basura, era un cacho, que era algo que ni siquiera caía en la categoría de lo que se llama la nada, algo mucho más invaluable.

Es oscuro. Lo sé.

¿Hay cosas buenas? Sí, las hay. He experimentado en este lapso de ocho años muchas que, si bien son menor en cantidad, me hacen reflexionar antes de intentar algo malo. Tuve a la luz de mi vida, mi hermano menor que ahora cumplirá seis años (ahora tengo 21). Se llama Bruno. Él es un niño feliz y cariñoso que representa todo el amor que tengo guardado. Lo bueno es que a él le diagnosticaron a tiempo el Asperger. Me preguntan si vivir así es difícil. Si no recibes la ayuda, lo es. Muchos de mis cercanos aprendieron de la forma difícil. Y yo creo que también me ha pasado, pero creo que al ver que mi hermano podrá hacerlo con menos problemas me deja más tranquilo.

Entré al grupo ENE, un grupo en el que participé en la capilla donde asisto a misa, en el cual conocí a personas extraordinarias que me han querido tal como soy, me han dado su apoyo desde que ingresé, me cuidaron cuando estuve angustiado y me dieron herramientas para conocer a mis pares en el mundo escolar y conocerme a mí mismo. Podría mencionar nombres: Aline, Fernando, Abhi, Robinson, Anita, Taish, Luz, etc. Todos ellos fueron un gran aporte para tomar conciencia de que valía la pena. Valer la pena en el sentido de saber que no debía morir ni ser borrado de la existencia, porque si no el mundo perdería una parte importante de sí.