Curacion Espontanea de las creencias

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Título original: The Spontaneous Healing of Belief

Traducido del inglés por Miguel Iribarren

Diseño de portada: Editorial Sirio S.A.

Composición ePub por Editorial Sirio S.A.

En el instante en que tomamos nuestra primera respiración, se nos infunde la mayor fuerza del universo: el poder de plasmar las posibilidades de nuestras mentes en la realidad de nuestro mundo. No obstante, despertar plenamente nuestro poder requiere un cambio sutil en lo que pensamos sobre nosotros mismos, un cambio en nuestras CREENCIAS.

Tal como el sonido crea ondas visibles al viajar por una gota de agua, nuestras «ondas de creencias» atraviesan el tejido cuántico del universo para convertirse en nuestros cuerpos y en la curación, la abundancia y la paz –o la enfermedad, la carencia y el sufrimiento– que experimentamos en la vida. Y tal como podemos afinar un sonido para cambiar sus pautas, podemos refinar nuestras creencias para preservar o destruir todo lo que atesoramos, incluyendo la vida misma.

En un mundo maleable en el que todo, desde los átomos hasta las células, está cambiando para adaptarse a nuestras creencias, sólo estamos limitados por nuestra manera de pensar con respecto a nosotros mismos.

Este libro está dedicado a nuestra aceptación de este poder tan impresionante, y a nuestro conocimiento de que sólo estamos a una creencia de distancia de nuestro mayor amor, de nuestra más profunda curación y de los mayores milagros.

Introducción

Déjate atraer silenciosamente por el fuerte
tirón de lo que realmente amas.

–Rumi, (c.1207 d. de C.-1273 d. de C.), poeta sufí

El físico pionero John Wheeler dijo en una ocasión: «Si no has descubierto algo extraño durante el día, no puedes decir que haya sido un gran día». 1

Para un científico, ¿qué podría ser más extraño que descubrir que por el simple hecho de observar nuestro mundo en un lugar, hemos cambiado lo que ocurre en otro lugar? Sin embargo, esto es exactamente lo que nos revela la nueva física. Ya en el año 1935, el físico Al­bert Einstein, ganador del Premio Nobel, reconoció lo inquietantes que pueden ser estos secretos cuánticos, y los llamó «espeluznante acción a distancia». En un trabajo del que fue coautor con los famosos físicos Boris Podolsky y Nathan Rosen, declaró: «No cabe esperar que ninguna definición razonable de la realidad permita esta [acción a distancia]».2

En la actualidad, son precisamente estas extrañas anomalías las que han puesto en marcha una poderosa revolución en nuestra forma de pensar con respecto a nosotros mismos y al universo. Durante la mayor parte del siglo xx, los científicos se esforzaron por comprender lo que las extrañezas cuánticas nos dicen con respecto al funcionamiento de la realidad. Por ejemplo, es un hecho documentado que, bajo ciertas condiciones, la conciencia humana influye en la energía cuántica, la sustancia de la que está compuesto todo. Y este hecho ha abierto la puer­ta a una posibilidad que amplía los límites de nuestras anteriores creen­cias con respecto a nuestro mundo. Actualmente, una larga serie de pruebas sugieren que estos resultados inesperados son algo más que excepciones aisladas. La pregunta es: ¿Cuánto más?

¿Son los efectos de los observadores al influir en sus experimentos un poderoso indicador del tipo de realidad en la que vivimos? Si es así, debemos plantearnos: «¿Están estos efectos diciéndonos también quiénes somos nosotros dentro de esa realidad?». La respuesta a ambas preguntas es sí: éstas son exactamente las conclusiones que sugieren los nuevos descubrimientos. También son la razón por la que he escrito este libro.

No hay observadores

Los científicos nos han demostrado que podemos creer que sólo estamos observando el mundo, pero de hecho es imposible simplemente «observar» nada. Tanto si nuestra atención se concentra en una partícula cuántica durante un experimento en un laboratorio como si se concentra en cualquier otra cosa –desde la curación de nuestros cuerpos hasta el éxito de nuestras carreras profesionales y nuestras relaciones–, tenemos expectativas y creencias con respecto a lo que observamos. A veces somos conscientes de estas expectativas, pero a menudo no lo somos. Y estas experiencias internas llegan a formar parte de aquello en lo que nos enfocamos. Al «observar», nos convertimos en parte de lo que estamos observando.

En palabras de Wheeler, esto nos convierte en «participantes». ¿Cuál es la razón? Cuando enfocamos nuestra atención en un lugar determinado en un momento dado, involucramos nuestra conciencia. Y en el vasto campo de la conciencia, parece que no hay un límite claro que nos diga dónde acabamos nosotros y dónde empieza el resto del universo. Cuando pensamos en el mundo de este modo, queda claro por qué los antiguos creyeron que todo está conectado. En cuanto energía, lo está.

Mientras los científicos continúan explorando lo que significa ser participantes, las nuevas pruebas conducen a una conclusión inevitable: que vivimos en una realidad interactiva en la que podemos modificar el mundo que nos rodea cambiando lo que ocurre dentro de nosotros mientras observamos, es decir, cambiando nuestros pensamientos, nues­tros sentimientos y nuestras creencias. De esto se infiere que desde la curación de la enfermedad hasta la duración de nuestras vidas, o nuestro éxito profesional y en las relaciones, todo lo que experimentamos como la «vida» está directamente vinculado con nuestras creencias. La conclusión: cambiar nuestras vidas y relaciones, curar nuestros cuerpos y llevar paz a nuestras familias y naciones requiere un cambio simple y preciso en nuestra manera de usar las creencias.

Para quienes aceptan lo que la ciencia nos ha llevado a creer durante los últimos trescientos años, el simple hecho de considerar que nuestra experiencia interna puede afectar a la realidad es una herejía. Esta idea difumina la zona de seguridad que ha separado tradicionalmente la ciencia de la espiritualidad, y a nosotros de nuestro mundo. En lugar de pensar en nosotros mismos como víctimas pasivas de las cosas que «ocurren» sin razón aparente, esta consideración nos hace directamente responsables de nuestra vida.

CREENCIA 1

Los experimentos muestran que enfocar nuestra atención cambia la realidad misma, y sugieren que vivimos en un universo interac­tivo.

En esta posición hemos de afrontar pruebas innegables que confirman que somos los arquitec­tos de nuestra realidad. Esta confirmación también nos lleva a ver que tenemos el poder de hacer que la enfermedad quede obsoleta y de relegar la guerra a un recuerdo del pasado. De repente, la clave para catapultar nuestros mayores sueños hacia la realidad está a nuestro alcance. Todo vuelve a nosotros: ¿dónde encajamos en el universo? ¿Qué se supone que hemos de hacer en la vida?

¿Qué podría ser más importante que responder a estas preguntas, comprendiendo las consecuencias de esta revolución para nuestras vidas, y descubriendo lo que significa para nosotros? En un mundo donde las mayores crisis de la historia conocida amenazan nuestra su­pervivencia, podemos decir que nuestro futuro está en juego.

Las falsas suposiciones de la ciencia

Aunque la revolución en nuestra manera de pensar con respecto a nosotros mismos comenzó hace casi cien años, es posible que no fuera reconocida por las personas de a pie dedicadas a sus rutinas cotidianas. El cambio que aporta a nuestras vidas aceleradas de apretadas agendas, relaciones por Internet y programas de telerrealidad está ocurriendo a un nivel tan sutil que pocas personas se dan cuenta de que ya ha comenzado.

Es poco probable que hayas leído sobre esta revolución en el periódico matinal, por ejemplo. Y es poco probable que la cuestión de la «realidad» haya sido el tema de conversación en tu reunión semanal del personal, o en la máquina de café del trabajo... a menos que seas un científico que trabaja por comprender la naturaleza de la realidad. Para estas personas, la revolución es como un enorme terremoto cuyo registro se sale de la escala, al tiempo que echa por tierra algunas de las creencias más sagradas para la ciencia. Sus efectos atronadores resuenan en los laboratorios, aulas y libros de texto como un estallido sónico interminable. Y su estela está dejando un amplio rastro de enseñanzas desfasadas, junto con la dolorosa reevaluación de muchas creencias largo tiempo sostenidas, e incluso de profesiones que están quedando obsoletas.

Aunque puede parecer tranquila, la transformación que esta revolución produce en nuestras vidas ha erupcionado con una fuerza que no es comparable con nada del pasado, porque los mismos descubrimientos que han provocado las preguntas también llevan a la conclusión de que los «hechos» en los que hemos confiado durante trescientos años para explicar el universo y nuestro papel en él son erróneos. Se basan en dos suposiciones que han demostrado ser falsas:

Falsa suposición número 1: el espacio entre las «cosas» está vacío. Los nuevos descubrimientos nos dicen que esto simplemente no es cierto.

Falsa suposición número 2: nuestras experiencias internas, sentimientos y creencias no tienen efecto en el mundo que está más allá de nuestros cuerpos.

Experimentos que rompen el antiguo paradigma, publicados en revistas especializadas de primera línea, revelan que estamos bañados en un campo de energía inteligente que llena lo que pensábamos que era espacio vacío. Descubrimientos adicionales muestran más allá de toda duda razonable que este campo responde a nosotros –se reorganiza a sí mismo– en función de nuestros sentimientos y creencias de corazón. Ésta es la revolución que lo cambia todo.

Significa que desde los tiempos en que las «leyes» de la física de Isaac Newton quedaron formalizadas tras la publicación de Philosophiae Naturales Principia Mathematica (Principios matemáticos de filosofía natural) en 1687, hemos basado lo que aceptamos con respecto a nuestras capacidades y límites en información falsa o, al menos, muy incompleta. Des­de entonces, la mayoría de la ciencia se ha fundamentado en la creen­cia de que somos insignificantes en el gran esquema de las cosas. ¡Nos ha sacado directamente de la ecuación de la vida y de la realidad!

¿Puede sorprendernos que a menudo nos sintamos impotentes para ayudarnos y ayudar a nuestros seres queridos cuando afrontamos las grandes crisis de la vida? ¿Puede sorprendernos que nos sintamos tan desasistidos cuando vemos nuestro mundo cambiar tan rápidamente que parece «deshilacharse por los costados»? De repente, todas las cosas pueden ser reformuladas, desde nuestras capacidades y limitaciones personales hasta nuestra realidad colectiva. Es casi como si las condiciones de nuestro mundo nos empujaran hacia la nueva frontera de la conciencia misma, obligándonos a redescubrir quiénes somos para sobrevivir a lo que hemos creado.

La razón por la que tú eres una poderosa clave de esta revolución es que se basa totalmente en algo que tú y yo estamos haciendo ahora mismo, en este mismo momento. Solos y en conjunto, individual y colectivamente, consciente e inconscientemente, todos estamos eligiendo lo que pensamos con respecto a nosotros mismos y lo que cree­mos con respecto a nuestro mundo. Los resultados de nuestras creencias nos rodean y toman la forma de nuestra experiencia cotidiana.

Esta revolución científica sugiere que la realidad de nuestra vida, desde nuestra salud personal y nuestras relaciones hasta la guerra y la paz mundial, no es otra cosa que nuestras «ondas de creencias» conformando la sustancia cuántica de la que todo está hecho. Todo está relacionado con lo que nosotros aceptamos con respecto a nuestro mundo, nuestras capacidades, nuestros límites y nosotros mismos.

Hechos innegables

«De acuerdo –dirás–, ya hemos oído todo esto antes. Es inocente, y tal vez incluso arrogante, sugerir que el universo se ve afectado en manera alguna por nuestras creencias personales. Sencillamente no puede ser tan simple.» Hace veinte años, siendo un científico educado al estilo convencional, yo habría estado de acuerdo contigo.

A primera vista, no parece haber nada en nuestra manera tradicional de mirar el mundo que permita que nuestras creencias internas hagan gran cosa en el mundo externo, y mucho menos encargarnos de la totalidad del universo; esto es así hasta que empezamos a examinar lo que nos muestran los nuevos descubrimientos. Aunque los resultados de las investigaciones que retuercen la realidad han sido publicados en las principales revistas especializadas, suelen ser compartidos en un vocabulario «científico» que enmascara su significado para la persona que no tiene la formación adecuada.

Y ahí es donde comienza nuestra revolución. De repente, no necesitamos que el lenguaje de la ciencia nos cuente que somos una parte poderosa de nuestro mundo. Nuestras vidas cotidianas nos muestran que lo somos. No obstante, lo que nos falta son las claves para poder aplicar ese poder nuestro a los sucesos del mundo.

Sospecho que las futuras generaciones verán nuestra época histórica como el punto de inflexión en el que las condiciones del planeta nos obligaron a descubrir cómo funciona verdaderamente el universo y a aceptar nuestro papel interactivo en él. En lugar de prestar atención a los primeros tres siglos de teorías científicas que nos han retratado como víctimas impotentes, la nueva ciencia sugiere que somos justo lo contrario. A finales de los 90 y comienzos de los 2000, las investigaciones han revelado los hechos siguientes:

Hecho número 1: el universo, nuestro mundo y nuestros cuerpos están hechos de un campo magnético compartido que fue reconocido científicamente en el siglo xx, y que ahora es identificado con nombres como el campo, holograma cuántico, la mente de Dios, la mente de la naturaleza o la Matriz Divina.3

Hecho número 2: en el campo de la Matriz Divina, las «cosas» que han estado conectadas físicamente y después se separan actúan como si aún estuvieran vinculadas. A este fenómeno se le ha dado el nombre de enredo4 (cuántico).

Hecho número 3: el ADN humano influye directamente en lo que ocurre en la Matriz Divina de un modo que parece poner en cuestión las leyes del espacio y del tiempo.5

Hecho número 4: la creencia humana (y los sentimientos y emociones que la rodean) cambia directamente el ADN que afecta a lo que ocurre en la Matriz Divina.6

Hecho número 5: cuando cambiamos nuestras creencias con respecto a nuestros cuerpos y nuestro mundo, la Matriz Divina traduce ese cambio a la realidad de nuestras vidas.7 8

Teniendo en mente estos descubrimientos y otros similares, debemos plantearnos una pregunta que tal vez sea la más reveladora de todas: ¿nacemos con la capacidad natural de crear y modificar nuestros cuerpos y el mundo? Si es así, debemos estar dispuestos a plantearnos otra pregunta todavía más difícil: ¿qué responsabilidad tenemos a la hora de usar nuestro poder ante las que posiblemente son las mayores amenazas para nuestras vidas futuras, nuestro mundo e incluso nuestra especie?

Ahora es el momento

Está claro que no sabemos todo lo que se puede saber sobre cómo funciona el universo y cuál es nuestro papel en él. Si bien futuros estudios indudablemente revelarán nuevas informaciones, podríamos esperar otros cien años más y aún no tener todas las respuestas. Un consenso creciente entre los científicos sugiere que posiblemente no tengamos tanto tiempo.

Poderosas voces dentro de la comunidad científica, como la de Sir Martin Rees, profesor de astrofísica de la Universidad de Cambrigde, sugieren que sólo tenemos un 50 por 100 de posibilidades de sobrevivir al siglo xxi sin sufrir un contratiempo importante.9 Si bien siempre hemos tenido que afrontar desastres naturales, ahora también hay que tener en cuenta un nuevo tipo de amenazas, las que Rees describe como «inducidas por los humanos».

Los nuevos estudios, como el presentado en un número especial de Scientific American titulado «Encrucijada para el planeta Tierra» (septiembre de 2005), se hacen eco de la advertencia de Rees diciéndonos: «Los próximos 50 años serán decisivos para determinar si la raza humana –que ahora está entrando en un periodo único de su historia– puede asegurar el mejor futuro posible para sí misma [la cursiva es mía]».10

En una serie de ensayos escritos por expertos en diversos campos, que van desde la salud global hasta el consumo energético o los estilos de vida sostenibles, el acuerdo general es que, si queremos sobrevivir otros cien años, simplemente no podemos continuar usando la energía como lo venimos haciendo, ni con el desarrollo tecnológico galopante, ni con el crecimiento indefinido de la población. Lo que complica estos problemas todavía más es la reciente amenaza de una guerra mundial impulsada, al menos en parte, por la competencia por los recursos energéticos. Tal vez el biólogo de la Universidad de Har­vard E. O. Wil­son haya descrito óptimamente las singulares características de nuestros tiempos. Él afirma que estamos a punto de entrar en lo que denomina un «cuello de botella» en el tiempo, en el que nuestros recursos y nuestra capacidad de resolver los problemas de nuestros días se verán empujados hasta sus límites.

No obstante, las buenas nuevas de las que se hacen eco los expertos son que «si quienes toman las decisiones establecen bien el marco de referencia, el futuro de la humanidad estará asegurado por miles de decisiones cotidianas... Generalmente los avances más profundos se hacen en asuntos mundanos».11 Sin duda, a todos nosotros se nos va a pedir que hagamos incontables elecciones en el próximo futuro. Y no puedo evitar pensar que una de las más profundas, y tal vez la más simple, será la decisión de integrar lo que nos muestra la nueva ciencia sobre quiénes somos y cuál es nuestro lugar en el universo.

Si podemos aceptar las poderosas pruebas de que la conciencia misma y nuestro papel en ella son los eslabones perdidos en las teorías sobre el funcionamiento de la realidad, todo cambia. Ese cambio nos permite empezar de nuevo. Esto, en lugar de separarnos, hace que seamos parte de todo lo que vemos y experimentamos.

Y por eso esta revolución es tan poderosa. Vuelve a incluir a la totalidad de la raza humana en la ecuación del universo. También nos pone en el papel de resolver las grandes crisis de nuestros días, en lugar de dejárselas a las futuras generaciones o simplemente en manos del destino. Como somos los arquitectos de nuestra realidad y tenemos la capacidad de reordenar los átomos de la materia, ¿qué problema no podríamos resolver y qué solución podría estar más allá de nuestro alcance?

El poder de elegir es el poder de cambiar

La perspectiva de confiar en algo que está dentro de nosotros para afrontar los desafíos de nuestro tiempo, en lugar de depender de la ciencia y de la tecnología del mundo externo, puede resultar difícil de aceptar para algunos. La pregunta que suele surgir es: ¿cómo aprender a hacer algo tan poderoso y tan necesario? Y a ésta le suele seguir otra: si éste es el camino hacia el futuro, ¿cómo podemos emprenderlo ahora? ¡Y cuanto antes mejor! Tal vez sean las palabras del filósofo y poeta del siglo xx Kahlil Gibran las que mejor responden a estas preguntas.

En su obra El Profeta, Gibran nos recuerda lo que significa tener un gran don y saber que su poder ya está dentro de nosotros: «Ningún hombre puede revelarte sino aquello que yace medio dormido en el amanecer de tu conocimiento».12 Con estas palabras, que son tan hermosas hoy como lo eran cuando su obra fue publicada originalmente en 1923, Gibran nos dice que no se nos puede enseñar lo que no sabemos ya. Y vinimos al mundo sabiendo cómo usar nuestras creencias. De modo que este libro no tiene tanto que ver con aprender a reescribir el código de la realidad como con aceptar que ya tenemos el poder de hacerlo, y esto es algo que ya ha sido explorado por muchos místicos del pasado, incluyendo al antiguo poeta sufí Jalal ad-Din ar-Rumi. «Qué seres tan extraños somos –dice Rumi–, que sentados en un infierno, en el fondo de la oscuridad, tenemos miedo de nuestra propia inmortalidad».13 Con estas palabras, el gran místico describe la paradoja de nuestra misteriosa condición en este mundo.

Por una parte, se nos dice que somos seres frágiles y sin poder, que vivimos en un mundo en el que las cosas simplemente «ocurren» sin razón aparente. Por otra parte, nuestras tradiciones espirituales más antiguas y atesoradas nos dicen que hay una fuerza que vive dentro de cada uno de nosotros, un poder al que nada en el mundo puede afectar. Este poder nos promete sobrevivir a los momentos más oscuros de nuestra vida y nos asegura que los tiempos difíciles forman parte de un viaje que nos lleva a un lugar donde ya no nos puede suceder nada malo. No puede sorprendernos que nos sintamos confusos, indefensos, y a veces incluso enfadados al ser testigos del sufrimiento de nuestros seres queridos y al compartir la agonía del aparente infierno en que a veces se convierte el mundo que nos rodea.

Entonces, ¿qué es lo que ocurre? ¿Somos frágiles víctimas de sucesos que están fuera de nuestro control? ¿O somos poderosos creadores con poderes latentes que sólo ahora empezamos a entender? La respuesta puede revelar la verdad de uno de los misterios más profundos de nuestro pasado. Y éste es también el tema de algunas de las mayores controversias científicas actuales. La respuesta es la misma para ambas posibilidades: ¡Sí!

Sí, ocasionalmente somos víctimas de las circunstancias. Y sí, a veces somos poderosos creadores de esas mismas circunstancias. Lo que determina cuál de estos papeles experimentaremos son las elecciones que hacemos en nuestras vidas, elecciones basadas en nuestras creen­cias. A través del divino poder de la creencia humana se nos ofrece la capacidad igualmente divina de dar vida a nuestras creencias en la ma­triz de energía que nos baña y nos rodea.

¿Por qué este libro?

Cuando estaba escribiendo La Matriz Divina (Sirio, 2008), me que­dó claro que nuestro papel en la aceptación de los milagros podría fácilmente diluirse, quedando reducido a ser un complemento del men­saje general del libro. Describir el lenguaje de las creencias y cómo nos permite ser los arquitectos de nuestras vidas requería otro volumen.

Dentro de estas páginas descubrirás cómo sanar las falsas creencias que pueden haberte limitado en el pasado. Además:

– Identificarás las creencias que revierten la enfermedad corporal.

– Aprenderás las creencias que producen relaciones positivas y duraderas en tu vida.

– Descubrirás las que aportan paz a tu vida, a tu familia, a tu co­munidad y a tu mundo.

Por más diferentes entre sí que puedan parecer la paz, las relaciones y la curación, todas ellas se basan en el mismo principio: el «lenguaje» de las creencias y de los sentimientos que tenemos con respecto a ellas.

Por su propia naturaleza, la exploración de las creencias es un viaje profundamente personal. Cada uno de nosotros tiene un punto de vista ligeramente diferente con respecto a sus propias creencias, e intenta encontrar el modo de encajarlas en las grandes creencias colectivas de nuestra cultura, de las enseñanzas religiosas, de su familia y amigos. Co­mo se trata de una experiencia de este tipo, probablemente cada persona tiene su propia idea sobre qué es una creencia.

A lo largo de los siete concisos capítulos de este libro os invito a pensar de una manera nueva, y posiblemente muy diferente, con respecto a vosotros mismos, vuestra vida y el mundo. Para algunos, este modo de ver las cosas cuestiona todo lo que se les ha enseñado. Para otros, les provoca suficiente curiosidad como para emprender un nuevo camino de autodescubrimiento.

Y para todos es importante saber desde el principio qué se puede esperar de la información que sigue. Si te pareces a mí, te gusta saber adónde vas antes de emprender el viaje. Por esta razón, he descrito con precisión qué es y qué no es este libro:

– Ésta no es una obra sobre ciencia. Aunque compartiré la ciencia de vanguardia que nos invita a repensar nuestra relación con el mundo, este trabajo no ha sido escrito para conformarse al formato o a los criterios de un libro de texto sobre ciencia o de una publicación técnica.

– Éste no es un trabajo de investigación revisado por otros. Cada capítulo y cada informe de investigación no han sido sometidos al prolongado proceso de revisión de una junta cualificada o de un selecto panel de «expertos», acostumbrados a contemplar el mundo desde un solo campo de estudio, como la física, las matemáticas o la psicología.

– Ésta es una guía bien investigada y documentada. Está escrita en un estilo amistoso con el usuario y describe experimentos, estudios de casos, hechos históricos y experiencias personales que sustentan una manera de vernos que nos fortalece.

– Éste es un ejemplo de lo que puede conseguirse cuando cruzamos las fronteras tradicionalmente establecidas entre la ciencia y la espiritualidad. En lugar de ver los problemas de nuestros tiempos a través de los ojos de la naturaleza, artificialmente se­parados y aislados en disciplinas como la física, la química o la historia, está diseñado para tender un puente entre la mejor ciencia contemporánea y la sabiduría intemporal de nuestro pasado, incluyendo ambas en una comprensión más amplia de nuestro papel en la vida. Su meta es poder aplicar este conocimiento para crear un mundo mejor, y descubrir más sobre nosotros mismos mientras recorremos el camino.

La curación espontánea de las creencias está escrito con un propósito en mente: compartir un poderoso mensaje de esperanza y nuevas posibilidades en un mundo donde a menudo se nos lleva a sentirnos desesperados e incapaces.

¿Queremos realmente saber la verdad?

En otro de sus escritos, Rumi también describió la curiosa naturaleza de nuestra relación con la realidad diciendo: «Nosotros somos el espejo, y el rostro reflejado en el espejo. Nosotros somos la dulce agua fría y la jarra que la vierte». Así como Jesús afirmó que podíamos salvarnos sacando fuera lo que tenemos dentro, Rumi nos recuerda que estamos continuamente creando la realidad (a veces de forma consciente y a veces inconsciente), y lo hacemos al mismo tiempo que experimentamos lo que hemos creado. En otras palabras, somos los artistas y también el cuadro, y esto sugiere que tenemos el poder de modificar y cambiar nuestras vidas hoy, al tiempo que elegimos cómo reinventarlas mañana.

Si bien para algunas personas estas analogías son una manera refrescante e innovadora de ver el mundo, en otros casos hacen temblar los fundamentos de suposiciones tradicionales y largo tiempo admitidas. No deja de ser habitual ver que destacados científicos se muestran renuentes a reconocer las implicaciones de su propia investigación cuando revela que somos poderosos creadores del universo.

Cuando comparto esta paradoja en vivo con el público, a menudo es recibida con una respuesta que recuerda una escena de la película Algunos hombres buenos. En este intenso drama filmado en 1992, cuando el comandante de la base de Bahía de Guantánamo, el coronel Nathan Jessep (personificado por Jack Nicholson) es sometido a un interrogatorio ante el tribunal por el teniente Daniel Kaffee (representado por Tom Cruise), se le pregunta por la verdad con respecto a la misteriosa muerte en la base de un soldado del ejército americano. Reconociendo que su respuesta sería demasiado para los presentes en la sala, Jessep responde con estas palabras intemporales: «¡Vosotros no podéis soportar la verdad!».

Tal vez el mayor desafío de nuestros tiempos es simplemente éste: ¿podemos soportar la verdad que nos hemos pedido a nosotros mismos descubrir? ¿Tenemos el coraje de aceptar quiénes somos en el universo y el papel que nuestra existencia implica? Si la respuesta es sí, entonces también debemos aceptar la responsabilidad derivada de saber que podemos cambiar el mundo cambiándonos a nosotros mismos.

Ya hemos visto que las creencias ampliamente extendidas de odio, separación y miedo pueden destruir nuestros cuerpos y nuestro mundo más rápidamente de lo que podríamos imaginarnos. Tal vez lo único que necesitemos sea un pequeño cambio en nuestra manera de pensar con respecto a nosotros mismos para reconocer la gran verdad de que somos los arquitectos de nuestra experiencia. Somos artistas cósmicos expresando nuestras creencias más profundas sobre el lienzo cuántico del universo. ¿Qué probabilidades tenemos de que transformando las creencias destructivas de nuestro pasado en otras que afirmen la vida, la curación y paz, podamos cambiar el mundo de nuestros días y también el futuro?

Es posible que no tengamos mucho más tiempo para plantearnos esta pregunta. Los nuevos descubrimientos sobre el poder de las creencias sugieren que estamos a punto de averiguarlo.

Gregg Braden

Taos, Nuevo México.

Notas

1-Dicho por el físico John Archibald Wheeler y citado en la versión online de Science; Spirit, en el artículo «The Beauty of Truth» (2007). Página web: www.science-spirit-org/article_detail.php?article_id=308.

2-Cita del físico Albert Einstein en un artículo publicado en Discover, «Einstein’s Gift for Simplicity» (30 de septiembre de 2004). Página web: http://discovermagazine.com/ 2004/sep/einstein-gift-for-simplicity/article_veiw?b_start:int=1;C=.

3-Gregg Braden, The Divine Matrix: Bridging Time, Space, Miracles and Belief (Carlsbad, CA: Hay House, 2007): p. 54.

4-Malcom W. Browne, «Signal Travel Farther and Faster Than Light», noticiario online del Thomas Jefferson National Accelerator Facility (Newport News, VA) (22 de julio de 1997). Página web: www.cebaf.gov/news/internet/1997/spooky.html.

5-Este efecto fue registrado por primera vez en Rusia: P. P. Gariaev, K. V. Grigor’ev, A. A. Vasil’ev, V. P. Poponin, y V. A. Shcheglov, «Investigation of the Fluctuation Dynamics of DNA Solutions by Laser Correlation Spectropy», Bulletin of the Lebede Physics Institute, 11-12 (1992): pp. 23-30; citado por Vladimir Poponin en un artículo online: «The DNA Phantom Effect: Direct Measurement of a New Field in the Vacuum Substructure», Update on DNA Phantom Effect (19 de marzo de 2002). Página web de The Weather Mas­ter: www.twm.co.nz/DNAPhantom.htm.

6-Glen Rein y Rollin McCraty, «Structural Changes in Water and DNA Associated with New Physiologically Measurable States», Journal of Scientific Exploration, vol. 8, 3 (1994): pp. 438-439.

7-Un ejemplo precioso de aplicación de lo que sabemos de la paz interna en una situación de guerra puede hallarse en el estudio pionero de David W. Orme-Johnson, Charles N. Alexander, John L. Davies, Howard M. Chandler y Wallace E. Larimore, «International Peace Project in the Middle East», The Journal of Conflict Resolution, vol. 32, nº 4 (diciembre de 1988): p. 778.

8-Podemos ver un segundo ejemplo de cómo aplicar lo que sabemos sobre el poder enfocado del sentimiento y la creencia en las circunstancias de una enfermedad grave en 101 Miracles of Natural Healing, un vídeo que da instrucciones pormenorizadas del método de curación Chi-Lel, creado por su fundador el doctor Pang Ming. Página web: www.chilel-gigong.com.

9-Opinión expresada por Martin Rees, profesor investigador de la Royal Society en Cambrigde University, y citada en el artículo de BBC News «Sir Martin Rees: Prophet of Doom?» (25 de abril de 2003). Página web: http://news.bbc.co.uk/1/hi/in_depth/uk/ 2000/newsmakers/2976279.stm.

10-George Musser, «The Climax of Humanity», introducción a Crossroads for Planet Earth, una edición especial de Scientific American (septiembre de 2005). Página web: http://www. sciam.com/issue.cfm?issueDate=Sep-05.

11-Ibíd.

12-Kahlil Gibran, The Prophet (Nueva York: Alfred A. Knopf, 1998): p. 56.

13-Coleman Barks, trad., The Illuminated Rumi (Nueva York: Broadway Books, 1997): p. 8.

Capítulo 1

Una nueva visión de la realidad:
el universo como un
ordenador consciente

La historia del universo es, de hecho,

un enorme y continuo cálculo cuántico.

El universo es un ordenador cuántico.

–Seth Lloyd, profesor del MIT y diseñador
del primer ordenador cuántico operativo

Hace mucho tiempo, el Gran Programador

escribió un programa que dirige todos

los universos posibles desde su Gran Ordenador.

–Jürgen Schmidhuber, pionero de la inteligencia artificial.

Vivimos nuestra vida basándonos en lo que creemos. Cuando reflexionamos sobre la verdad de esta afirmación, reconocemos otra realidad aún más sorprendente: independientemente de lo que podamos hacer en la vida, las creencias que preceden a nuestras acciones son el fundamento de todo lo que atesoramos, soñamos, logramos y llegamos a ser.

Desde los rituales matinales que realizamos para recibir al mundo cada día hasta los inventos que empleamos para mejorar nuestra existencia o la tecnología que destruye la vida a través de la guerra, todo se basa en nuestras creencias: nuestras rutinas personales, las costumbres de nuestra comunidad, las ceremonias religiosas e incluso civilizaciones enteras. Nuestras creencias establecen la estructura de nuestro estilo de vida: ac­tualmente, las mismas áreas de estudio que en el pasado descartaron nuestras experiencias internas nos están mostrando que lo que sentimos con respecto al mundo que nos rodea es una fuerza que se extiende hacia dicho mundo.

De esta manera, la ciencia está poniéndose a la altura de nuestras tradiciones espirituales e indígenas más queridas, que siempre nos han dicho que nuestro mundo no es nada más que un reflejo de las creencias que aceptamos.

CREENCIA 2

Vivimos nuestras vidas basándonos en lo que creemos con respecto a nuestro mundo, a nosotros mismos, a nuestras capacidades y a nuestros límites.

Teniendo en cuenta que ya tenemos acceso a este poder en nuestro interior, decir que nuestras creencias son importantes para nosotros es quedarse corto. ¡Nues­tras creencias son la vida! En ellas la vida comienza y se sustenta a sí misma. En las nuevas fronteras de la física y la biología cuánticas, la creencia humana está ocupando rápidamente el centro del escenario: desde nuestra respuesta inmune y desde las hormonas que regulan y equilibran nuestros cuerpos... hasta nuestra capacidad de curar nuestros huesos, órganos y piel, e incluso de concebir la vida.

* * *

Si nuestras creencias contienen tanto poder, y si vivimos nuestras vidas basándonos en lo que creemos, la pregunta evidente es: ¿de dónde vienen nuestras creencias? La respuesta podría sorprenderte.

Con pocas excepciones, nuestras creencias se originan en lo que nos dice la ciencia, la historia, la religión, la cultura y la familia. En otras palabras, la esencia de nuestros límites y capacidades puede muy bien estar basada en lo que otras personas nos dicen. Esta toma de conciencia nos conduce a plantearnos la pregunta siguiente:

Si nuestras vidas se basan en lo que creemos,

¿qué sucede si nuestras creencias están equivocadas?

¿Y si estamos viviendo nuestras vidas amortajados por falsas limitaciones y suposiciones incorrectas que otros han generado a lo largo de generaciones, de siglos o incluso de milenios?

Por ejemplo, históricamente se nos ha enseñado que somos partículas insignificantes de vida pasando por un breve momento en el tiempo, limitados por las «leyes» del espacio, los átomos y el ADN. Esta visión sugiere que tendremos muy poco efecto sobre cualquier cosa durante nuestra estancia en este mundo, y cuando nos hayamos ido, el universo ni siquiera notará nuestra ausencia.

Si bien las palabras empleadas en esta descripción pueden sonar un poco duras, la idea general no está muy alejada de lo que a muchos de nosotros se nos ha enseñado a considerar cierto. Son precisamente estas creencias las que a menudo nos hacen sentirnos pequeños e impotentes ante los grandes desafíos de la vida.

¿Acaso podríamos ser algo más que eso? ¿Cabe la posibilidad de que en realidad seamos unos seres muy poderosos disfrazados? ¿Qué pasaría si fuéramos depositarios de un potencial maravilloso, si hubiéramos nacido a este mundo con capacidades que están más allá de nuestros sueños más ambiciosos, y simplemente las hemos olvidado bajo unas condiciones impactantes que nos han dejado en un estado semionírico en el que nos creemos impotentes?

¿Cómo cambiarían nuestras vidas si descubriéramos que hemos nacido con el poder de revertir las enfermedades? ¿Y si pudiéramos elegir la paz de nuestro mundo, la abundancia de nuestras vidas y cuánto tiempo vivimos? ¿Y si descubriéramos que el universo mismo se ve afectado directamente por un poder que ha estado oculto en nuestro interior durante tanto tiempo que lo hemos olvidado?

Un descubrimiento tan radical lo cambiaría todo. Cambiaría lo que creemos con respecto a nosotros mismos, al universo y a nuestro papel dentro de él. Y esto es precisamente lo que las revelaciones más vanguardistas de nuestro tiempo nos están mostrando.

Durante siglos ha habido personas que se han negado a aceptar las limitaciones que han definido tradicionalmente el significado de la vida en el mundo. Se opusieron a creer que simplemente aparecemos aquí por un nacimiento misterioso que está más allá de toda explicación. Re­chazaron la idea de que nuestra estancia en la Tierra tenga el propósito de vivir en el sufrimiento, el dolor y la soledad hasta que nos vayamos tan misteriosamente como vinimos.

Para responder a este anhelo de una mayor verdad, tuvieron que aventurarse más allá de los límites de su condicionamiento. Se aislaron de sus familiares, amigos y comunidad, y soltaron, realmente soltaron, lo que se les había enseñado con respecto al mundo. Y cuando lo hicieron, algo muy hermoso ocurrió en sus vidas: descubrieron una nueva libertad para sí mismos que abría la puerta a nuevas posibilidades para otros. Todo empezó cuando se plantearon una pregunta que era tan atrevida en su tiempo como en el nuestro: ¿qué sucedería si nuestras creencias estuvieran equivocadas?

Como veremos en la historia que sigue, en la rendición absoluta a tal posibilidad descubrimos la libertad que nos revela nuestra verdadera identidad. No obstante, mi creencia personal es que para encontrarla no tenemos que vivir en una cueva fría y húmeda en medio del desierto. También siento que la liberación personal comienza con un compromiso individual de saber quiénes somos. Cuando establecemos dicho compromiso, todo se transforma, desde nuestra manera de pensar con respecto a nosotros mismos hasta nuestra manera de amar. Y todo debe cambiar, porque, en presencia de estas comprensiones más profundas, nosotros mismos cambiamos.

Todo acaba reduciéndose a nuestras creencias.

Aunque puede sonar demasiado simple para ser cierto, estoy convencido de que el universo funciona exactamente así.

Un milagro grabado en piedra

En el siglo xi d. de C., el gran yogui tibetano Milarepa emprendió un retiro para dominar su cuerpo, un viaje que duraría hasta su muerte, a la edad de 84 años. Anteriormente en su vida, Milarepa ya había adquirido muchos poderes yóguicos aparentemente milagrosos, como el de usar el «calor psíquico» para calentar su cuerpo en los duros in­viernos tibetanos.

Después de sufrir el intolerable dolor de perder a sus familiares y amigos a manos de los rivales de su pueblo, empleó sus artes ocultas para vengarse. Al hacerlo, mató a muchas personas, y después se esforzó por encontrar un significado a sus actos. Un día se dio cuenta de que había utilizado mal sus capacidades psíquicas, de modo que decidió recluirse para encontrar la curación en una maestría aún mayor. En agudo contraste con la vida de abundancia material que había conocido antes, Milarepa pronto descubrió que no necesitaba ningún contacto con el mundo externo. Se convirtió en ermitaño.

Después de agotar sus reservas iniciales de alimento, sobrevivió alimentándose de la escasa vegetación que halló cerca de su cueva. Durante años sólo comió las ortigas que crecen en las áridas extensiones del alto desierto tibetano. Sin comida sustancial, sin ropa y sin ninguna compañía que interrumpiera su concentración interna, Milarepa vivió prácticamente sin nada durante años. El único contacto humano eran los peregrinos ocasionales que pasaban casualmente junto a la cueva que le cobijaba. Los informes de quienes coincidieron con él describían una visión espeluznante.

La escasa ropa con la que había emprendido inicialmente su retiro se había desgastado hasta que sólo quedaron unos jirones que le dejaban prácticamente desnudo. Por la falta de elementos nutritivos en su dieta, Milarepa quedó reducido a poco más que un esqueleto viviente, y su pelo largo y su piel se habían vuelto de un curioso color verde por la sobredosis de clorofila. ¡Parecía un fantasma! Las privaciones que se impuso, aunque extremas, le condujeron a su objetivo: la maestría de los poderes yóguicos. Antes de su muerte en 1135 d. de C., Milarepa dejó pruebas de haber obtenido la libertad del mundo físico en forma de un milagro que los científicos modernos simplemente consideran imposible.

Durante un peregrinaje grupal al Tíbet en la primavera de 1998, elegí una ruta que nos conduciría directamente a la cueva de Milarepa y a su milagro. Quería ver el lugar donde superó las leyes de la física para liberarnos de nuestras creencias limitadas.

Diecinueve días después del comienzo de nuestro viaje, me en­con­tré en el retiro del gran yogui, precisamente en el lugar donde él había estado novecientos años antes. Con el rostro a pocos centímetros de la pared de la cueva, contemplé directamente el misterio que Milarepa dejó atrás.

* * *

La cueva de Milarepa es uno de esos sitios que tienes que saber cómo encontrar para poder llegar hasta él. No es un lugar con el que das por casualidad en un viaje al azar por el Tíbet. Había oído hablar originalmente del famoso yogui a un místico sikh que fue mi profesor de yoga en los 80. Durante años estudié el misterio que rodeó la renuncia de Milarepa a todas sus posesiones terrenales, su viaje a lo largo de la sagrada meseta del Tíbet central y lo que descubrió siendo un místico dedicado. Todo lo que estudié me condujo a aquel momento dentro de la cueva.

Observé maravillado las paredes negras y lisas que me rodeaban, y apenas podía imaginar lo que supondría vivir en un lugar tan frío, oscuro y remoto durante tantos años. Milarepa había habitado en más de veinte lugares diferentes durante sus retiros en soledad, pero su en­cuentro en aquella cueva con uno de sus alumnos es lo que diferenció ese lugar de todos los demás.

Para demostrar su maestría en las artes yóguicas, Milarepa realizó dos actos que los escépticos nunca han sido capaces de repetir. El primero fue mover su mano en el aire con tanta fuerza y a tal velocidad que creó la «onda de choque» de un estallido sónico que reverberó contra la roca a lo largo de toda la caverna (yo lo intenté sin suerte). Para contemplar su segundo acto yo había esperado quince años, había viajado por medio mundo y me había aclimatado durante diecinueve días a algunas de las mayores altitudes del mundo.

Para demostrar su maestría sobre los límites del mundo físico, Milarepa puso su mano abierta contra la pared de la cueva aproximadamente a la altura del hombro... y continuó empujando hacia dentro en la roca que tenía frente a sí, como si la pared no existiera. Cuando lo hizo, la piedra debajo de su palma se volvió suave y maleable, dejando grabada en ella una profunda huella de su mano que todo el mundo puede contemplar. Cuando el alumno que vio esta maravilla intentó hacer lo mismo, sólo consiguió frustrarse y hacerse daño en la mano, según quedó registrado en los anales.

Cuando abrí la palma y la puse en la impronta que había dejado Milarepa, pude sentir cómo las puntas de mis dedos tomaban la forma de la mano del yogui, en la posición exacta que sus dedos habían tomado cientos de años antes: un sentimiento que resultaba humillante e inspirador al mismo tiempo. Mi mano encajaba tan perfectamente que cualquier duda que pudiera tener con respecto a la autenticidad de la impronta desapareció en el acto. Mis pensamientos se dirigieron inmediatamente al hombre mismo. Quería saber qué estaba pasando en su interior cuando fundió su mano con la roca. ¿Qué estaba pensando? ¿Qué estaba sintiendo? ¿Cómo desafió las «leyes» físicas que nos dicen que dos «cosas» (su mano y la roca) no pueden ocupar el mismo lugar al mismo tiempo?

Anticipándose a mis preguntas, nuestro traductor tibetano, Xjin-la (no es su nombre real), me respondió antes de que pudiera preguntarle.

—Él tiene fe –dijo con convicción–. El geshe [gran maestro] cree que él y la roca no están separados.

Me fascinó que nuestro guía del siglo xx hablara del yogui en tiempo presente, como si estuviera en la habitación con nosotros.

—Su meditación le enseña que él es parte de la roca. La roca no puede contenerle. Para el geshe, esta cueva no es un muro, de modo que él puede moverse libremente, como si la roca no existiera.

—¿Dejó la impronta para demostrar su maestría sobre sí mismo? –pregunté.

—No –respondió Xjin-la-. El geshe no necesita probarse nada a sí mismo. El yogui vivió en este lugar durante muchos años, pero nosotros sólo vemos una huella.

Miré alrededor en busca de otras huellas en la cueva, que no era muy profunda. Nuestro guía tenía razón, no vi ninguna.

—La mano en la roca no es para el geshe –continuó nuestro guía– es para su alumno.

Tenía mucho sentido. Cuando el discípulo de Milarepa vio a su maestro hacer algo que la tradición y otros maestros creían que era imposible, le ayudó a romper sus creencias con respecto a lo que es posible. Él vio el dominio de su maestro con sus propios ojos. Y como fue testigo del milagro personalmente, aquella experiencia le dijo a su mente que no estaba limitado o ligado por las «leyes» de la realidad tal como se conocían en su tiempo.

Siendo testigo de aquel milagro, el alumno de Milarepa tuvo que confrontar el mismo dilema que todo el mundo afronta cuando elige liberarse de los límites de sus propias creencias: tuvo que reconciliar su experiencia personal del milagro de su maestro con las creencias de los que le rodeaban: las «leyes» que ellos aceptaban para describir cómo funciona el universo.

El dilema es éste: la visión del mundo que tenían los familiares, los amigos y las personas de aquel tiempo pedían al alumno de Milarepa que aceptara un modo de ver el universo y cómo funcionan las cosas. Esto incluía la creencia de que las rocas de las paredes de la cueva son una barrera para la carne de un cuerpo humano. Por otra parte, el alumno acababa de ser testigo de que hay excepciones a tales «leyes». La paradoja es que ambas maneras de ver el mundo eran absolutamente correctas, y dependían de lo que cada cual eligiera pensar sobre la realidad en un momento dado.

Yo me pregunté: «¿Podrá estar sucediendo lo mismo en nuestras vidas ahora mismo?». Por muy inverosímil que pueda parecernos esta pregunta a la luz de nuestro conocimiento científico y de nuestros avances tecnológicos, los científicos modernos están empezando a describir una paradoja similar. Empleando el lenguaje de la física cuántica en lugar de los milagros de los yoguis, un creciente número de científicos de vanguardia sugieren que el universo y todo lo que contiene «es» lo que «es» por la fuerza de la conciencia misma: nuestras creencias y lo que aceptamos como la realidad de nuestro mundo. Curiosamente, cuanto más entendemos la relación entre nuestras experiencias internas y el mundo, más verosímil se vuelve esta sugerencia.