La muerte acecha

 
Corría el mes de abril del año 1981, etapa en la que Cuba conmemora contecimientos importantes. El día 4, la Organización de Pioneros José Martí y la Unión de Jóvenes Comunistas, que agrupan a los niños y jóvenes cubanos, se aprestan con júbilo a celebrar sus cumpleaños respectivos. El día 15, el pueblo recuerda cómo, en 1961, fue tiroteada la Ciudad de La Habana y bombardeados los aeropuertos de San Antonio de los Baños, Ciudad Libertad y Santiago de Cuba, en preludio a la invasión mercenaria, dejando un saldo de víctimas: la mayoría jóvenes. Ese día, uno de esos jóvenes, Eduardo García Delgado, escribió —con su propia sangre, en los últimos momentos de su corta vida, sobre una puerta— el nombre Fidel.
Siguiendo las conmemoraciones de ese mes, al día siguiente, 16 de abril, se proclamó el carácter socialista de la Revolución cubana en el propio año. Al otro día, se produjo la invasión mercenaria por Playa Girón, Bahía de Cochinos.
Por último, el día 19 se celebra la aplastante derrota que —por vez primera en nuestra América— en solo setenta y dos horas propiciara el pueblo cubano al imperialismo norteamericano.
En ese contexto de recuerdos y felicidad —como cada abril—, y en medio de la belleza que proporciona la primavera, al ador-nar los jardines con la acuarela de sus flores, el pueblo cubano, en su cotidiano andar, trabajaba por lograr una vida mejor. Entretanto, en las afueras de la ciudad, en el municipio de Boyeros, las personas viajaban, como de costumbre, a sus labores diarias, y los medios de transporte trasladaban a múltiples personas hacia esa zona industrial donde, además, se encuentra enclavado el Aeropuerto Internacional José Martí.
Sin embargo, no todo era celebración y alegría. Desde hacía casi dos años, una epidemia de meningitis meningocócica cobraba las vidas de más de 200 niños cubanos por año. Los científicos del país investigaban con afán una solución definitiva. Igualmente, los habitantes del país sufrían los malestares de la influenza que circula con cierta frecuencia en Cuba, como en cualquier país del planeta.
No obstante, algo hacía pensar que no todo era tan habitual. Los pediatras cubanos de ese municipio, dotados de una alta preparación, ya venían observando que, en algunos niños, se presentaban síntomas no compatibles con las enfermedades descritas. De modo que los embargaba una cierta preocupación.
En algunos hospitales —fundamentalmente en los dos pediátricos del municipio— se venían reportando síntomas hemorrágicos, motivados por una permeabilidad vascular anormal y mecanismos inusuales de coagulación sanguínea, erupción petequial puntiforme, derrames en pulmones y síndrome de choque.
El 7 de abril, en el reparto Baluarte perteneciente a este municipio, se produce la primera muerte —el niño Alberto Alexis Jiménez— asociada con este raro fenómeno. El pequeño, estudiante de la escuela primaria local, enfermó y se agravó con gran rapidez, falleciendo al llegar al hospital. Según las investigaciones posteriores, se había contagiado en su escuela.
Días después, el 19 del mismo mes, los vecinos de la localidad sufrían nuevamente lo que para los cubanos es algo muy sensible: la muerte de otra niña —Misleidy Jiménez. Este caso fue aun más dramático, pues se trataba de una criatura de nueve meses, prima del primer fallecido y que, como todos los niños del país, había tenido la atención prenatal y los tratamientos profilácticos gratuitos en la Isla. 
De este modo se fueron sumando los enfermos y las muertes provocadas por lo que se puede calificar como la epidemia más terrible que haya azotado al país en toda su historia, desde los tiempos en que el sabio cubano Carlos Juan Finlay enfrentara la temible fiebre amarilla y descubriera —para bien de toda la humanidad— su vector transmisor: el mosquito Aedes aegypti.
En junio del propio año conocimos otro caso que marcó para siempre con la triste huella del dolor a otra familia cubana, a causa de esta misma epidemia. Ese mes, en el reparto Calixto Sánchez, del mismo municipio, un trabajador cubano —Iraido Ystocasu— no pudo ir a trabajar una mañana, como siempre hacía; su esposa estaba enferma de cuidado. Fue necesario su ingreso en una instalación hospitalaria y su estado agravó progresivamente hasta morir el día 23. Nunca más ella —Addis Morales— volvió a la casa; jamás sus cuatro pequeños hijos, volvieron a verla. A partir de ese momento, Iraido tuvo que continuar criándolos, con todo el cariño y la responsabilidad que caracterizan a un magnífico padre. Pero ya ellos no recibirían el beso de mamá cuando marchasen a la escuela, tampoco volverían a sentir sus caricias y abrazos, ni el regaño formador. Hoy tienen que conformarse con el vacío en el pecho y las lágrimas en los ojos, cuando, cada año, el día de su cumpleaños o el de las madres, en compañía de su padre, llevan un ramo de flores a la bóveda que guarda sus restos. Y todo, porque unas manos asesinas, de terroristas pagados y entrenados por el imperio del norte, introdujeron el virus causal de la “misteriosa” enfermedad en el país. De esta forma, Addis y los niños Alberto Alexis y Misleidy integrarían la lista de 101 niños y 57 adultos fallecidos víctimas de esa acción de terrorismo biológico.
Pero, ¿qué enfermedad era?, ¿cómo pudo desarrollarse esa epidemia en el país que más ha hecho en el mundo por la salud de sus hijos? ¿De dónde salió el temible virus? ¿Quiénes se encar-gan de desarrollar gérmenes capaces de enfermar y matar de forma despiadada e intencional? ¿Desde cuándo surgió esa diabólica ciencia para matar? ¿Quiénes fueron los ideólogos fundadores de esta modalidad de terrorismo, comúnmente conocida como guerra biológica?
A estas y a otras interrogantes sobre el tema encontrará respuesta el lector en este intento de recuento histórico sobre una de las formas de agresión de Estados Unidos de América contra Cuba, inéditas hasta el presente, y que un considerable grupo de investigadores y científicos cubanos ha sabido enfrentar con pasión y denuedo, tratando de evitar mayores daños a nuestra economía y previniendo, en otros casos, lamentables pérdidas humanas.
 

Título original: La guerra biológica contra Cuba

Diseño de cubierta y pliego gráfico: Eugenio Sagués Díaz

Corrección: Ileana María Rodríguez

Realización computarizada: Zoe César

 

© Ariel Alonso Pérez, 2012

© Sobre la presente edición: Editorial Capitán San Luis, 2012

 

ISBN: 978-959-211-306-0

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Exordio







La ciencia sin conciencia es, simplemente, 
la ruina del alma.

François Rabelais

Para Magaly
que ha estado en cada letra de este libro.


 

Guerra biológica y bioterrorismo