INTRODUCCIÓN

Es probable que muchos de los lectores de Ciudadano de un sueño sin retorno no estén de acuerdo con las decisiones que tomó Rogelio Burgos, su protagonista, ni lo justifiquen; sin embargo, el libro les servirá para conocer los antecedentes históricos que dieron lugar a la situación política en que se desarrollan los acontecimientos.

La violencia se tomó nuestro país y pasamos de un período de inestabilidad que nos podría haber conducido a una cruenta guerra civil, a una dictadura militar siniestra con persecuciones nunca antes vistas, en donde desde el aparato del Estado se perseguía, torturaba, exiliaba, relegaba y encarcelaba sin tener que dar a conocer el paradero. Se asesinaba tanto dentro como fuera del país. Había un órgano represor institucionalizado que estaba al mando del dictador que se había autodesignado presidente de la República.

En el período más duro de la represión, existió la Dirección de Inteligencia Nacional, más conocida como la Dina, entre 1973 y agosto de 1977, bajo la dirección de Manuel Contreras Sepúlveda, un oficial del Ejército de Chile de absoluta confianza de Augusto Pinochet. Fue responsable de numerosos casos de violaciones a los derechos humanos entre los que se cuentan asesinatos, secuestros, violaciones y tortura de personas. En su período más poderoso llegó a tener 1500 agentes.

A los miles de casos de violaciones a los derechos humanos en Chile, tenemos que agregar el asesinato en Buenos Aires del excomandante en jefe del Ejército de Chile, el general Carlos Prats González y su esposa, Sofía Cuthbert, hecho ocurrido el 30 de septiembre de 1974. Este atentado, el primero efectuado por organismos represores chilenos en otro país, se entiende por el odio que acumuló Carlos Prats surgido en la plana mayor del Ejército, al haber aceptado dos cargos de ministro en la administración de Salvador Allende y haber puesto a las Fuerzas Armadas al servicio de ese gobierno popular.

El agente norteamericano Michael Townley, ayudado por una célula de la DINA, compuesta por seis miembros que operaban en Buenos Aires con un gran arsenal, el viernes 28 de septiembre de 1974 se introdujo en el garaje de Carlos Prats y colocó un aparato explosivo bajo la caja de velocidades de su Fiat 125. Después de salir el día sábado, los esposos volvieron a su residencia en la calle Malabia del barrio de Palermo a las 00:50 horas del domingo 30 de septiembre. Al detenerse frente a su edificio los estaba esperando Michael Townley, quien hizo explotar la bomba por medio de un control remoto muy sofisticado, lo que les provocó el deceso en forma instantánea. La prensa nacional informó que había muerto un excomandante en jefe del Ejército de Chile, que había estado al servicio del marxismo.

Al año siguiente ocurrió el atentado que sufrió el exvicepresidente de la República, Bernardo Leighton Guzmán, y su señora Anita Fresno Larraín, en la ciudad de Roma, el lunes 6 de octubre de 1975, agresión que los dejó con secuelas para toda la vida. Con el fin de ejecutar este atentado en Europa, la DINA reclutó al terrorista italiano Stefano Delle Chiaie, a quien le pagó U$ 70.000. Bernardo Leighton era el máximo líder de los que firmaron la conocida “Carta de los trece”, en la que dirigentes políticos de la Democracia Cristiana declararon:

Hoy, jueves 13 de septiembre, los abajo firmantes, dejando constancia de que esta es la primera ocasión en que podemos reunirnos para concordar nuestros criterios y explicar nuestra posición política, después de consumado el golpe militar de anteayer, venimos en declarar:

1.-Condenamos categóricamente el derrocamiento del presidente constitucional de Chile, señor Salvador Allende, de cuyo gobierno –por decisión de la voluntad popular y de nuestro partido– fuimos invariablemente opositores. Nos inclinamos respetuosos ante el sacrificio que él hizo de su vida en defensa de la autoridad constitucional.

Tiempo después lo invitaron a dar unas charlas en Europa. Al conocerse las agudas críticas que dirigió a la junta militar y al golpe de Estado, el gobierno le prohibió la entrada al país, y se transformó en uno de los miles y miles de exiliados del régimen de facto. Se recluyó con su esposa en Roma donde le ofrecieron ayuda, vivía a unas pocas cuadras del Vaticano. Desde allí comenzó a reunir a todos los chilenos de la diáspora política más moderada, contraria a la dictadura castrense. El Hermano Bernardo, como lo llamaban, tenía un peso ético y político enorme.

Su cercanía infinita a la fe en Dios lo salvó de la muerte, a pesar de todos los disparos que recibieron él y su señora Anita; fue un milagro increíble. Sin embargo, ella quedó parapléjica para siempre y a él nunca le pudieron sacar una bala que quedó alojada en su cerebro.

Al año siguiente, el 21 de septiembre de 1976, en Washington DC, se cometió el asesinato del exministro de Defensa y embajador de Chile en EEUU, Orlando Letelier del Solar, y su ayudante Ronni Moffitt. Letelier fue el primer funcionario de alto rango detenido para el golpe de Estado. Lo llevaron al Regimiento Tacna y luego a la Escuela Militar donde fue salvajemente torturado. Desde allí lo trasladaron a la Isla Dawson por ocho meses y, después de esa horrible experiencia, lo condujeron al campamento de detenidos de Ritoque, comuna de Quintero. Como era ampliamente conocido en el extranjero, hubo una fuerte presión internacional para lograr su liberación, la que se consiguió a fines de 1974. Entonces viajó a Venezuela a reunirse con su familia, pero pronto lo llamó el famoso escritor Saul Landau desde Washington, lugar donde finalmente Letelier fijó residencia.

Lo nombraron director del Transnational Institute y de esa forma comenzó a transformarse en la voz más destacada de la oposición chilena. Logró que no se realizaran los préstamos de Europa y Estados Unidos que había pedido el régimen golpista para restaurar la economía. Este boicot provocó que la dictadura le quitara la nacionalidad chilena, el 10 de septiembre de 1976. Orlando Letelier frente a ese hecho respondió: “Se me ha privado de mi dignidad de chileno, pero yo quiero que ustedes sepan que soy chileno, nací chileno y moriré chileno. Ellos, los fascistas, nacieron traidores, viven como traidores y serán recordados siempre como fascistas traidores”.

A los 11 días, el 21 de septiembre de 1976, alrededor de las nueve de la mañana, Orlando Letelier fue asesinado mediante una bomba instalada en su automóvil, la cual fue activada por control remoto mientras se desplazaba por la avenida Massachussetts de Washington. En el atentado también falleció su ayudante Ronni Moffitt y quedó herido su marido Michael Moffitt, quien iba en el asiento trasero. El cuerpo de Orlando Letelier fue sepultado en Venezuela y recién en el año 1994 pudo ser repatriado a Chile por su familia.

Fue tanta la presión norteamericana después de este alevoso asesinato en Washington, muy cerca de la Casa Blanca, que Augusto Pinochet tuvo que acabar con la temible y terrorífica DINA. Pero solo fue un cambio de nombre.

En 1977 nació la Central Nacional de Informaciones, conocida como la CNI, con el fin de “reunir y procesar toda la información a nivel nacional, proveniente de los diferentes campos de acción, que el Supremo Gobierno requiera para la formulación de políticas, planes y programas y la adopción de medidas necesarias de resguardo de la seguridad nacional y el normal desenvolvimiento de las actividades nacionales y mantención de la institucionalidad establecida”. Lo que no era otra cosa que la policía política y organismo de inteligencia del gobierno militar, que funcionó como aparato de persecución, secuestro, asesinato y desaparición de opositores políticos, entre 1977 y 1990. Su primer director fue el mismo general Manuel Contreras, pero a los pocos meses fue reemplazado por el general Odlanier Mena, luego por Humberto Gordon y, para concluir, con el general Hugo Salas Wensel.

En los 17 años de dictadura, entre 1973 y 1990, se contabilizaron más de 40.000 víctimas de los derechos humanos, las que sufrieron persecución, encarcelamientos, torturas y desaparecimientos. Los casos de muertes comprobadas llegan a 3.065.

El ambiente que se vivió en esos años fue de un terror constante, de un dolor permanente, de una tensión angustiosa, de una suspicacia sobrecogedora e inquietante. Era una forma de vida tremendamente difícil para toda una nación, cuyos habitantes estaban acostumbrados a vivir en libertad.

1.- El origen

Todo partió en la segunda mitad de la década del 60, tiempo de variados contrastes, de una dura guerra fría a nivel mundial, con bloques muy marcados y antagónicos, con una Iglesia católica que vivía cambios muy profundos después de concluir, no sin tropiezos, el Concilio Vaticano Segundo, tiempo de grandes revueltas estudiantiles, de aires de democracia, de libertad, de justicia y profundos anhelos de una ansiada paz, del nacimiento de los hippies y de revoluciones independentistas en todo el mundo. Algunos países muy importantes de América Latina ya vivían cruentas dictaduras militares, de las cuales llegaban noticias escabrosas de torturas, de violencia, de desapariciones y del doloroso exilio de muchos de sus habitantes.

En la calle Sao Paulo de la Población Brasilia, situada en la llamada “república independiente” de San Miguel, comuna grande e importante del sur de Santiago, de clase media y media baja, en un sector muy popular, nació Rogelio Armando Burgos Espinoza, hijo de un obrero ferroviario del sur de Chile, que por razones de trabajo y amor había anclado hace un tiempo en la capital del reino, Santiago.

Fue conocido desde pequeño como el Chico Lío, debido a su pequeña estatura y a su tremenda capacidad de criticarlo todo, de oponerse a todos, de buscarle las cinco patas al gato, como se dice en la sabiduría que nace del pueblo. Su familia, compuesta por seis miembros, se caracterizó por ser muy luchadora en una población que se declaraba acérrimo bastión de las fuerzas populares. Fidel Castro, el Che Guevara, Pablo Neruda y el Chicho (Salvador Allende) eran los héroes que guiaban el actuar de esas calles polvorientas que renovaban el maquillaje de sus fachadas con los ideales de justicia y reivindicación, alentadas por los signos de los tiempos que se vivían.